La vida es bella.

En la vía de un viejo tren te vi jugar la última vez. Tenías ocho años y un largo pelo rojo, casi naranja.
Tus pecas parecían manchas en la cara y tus ojos eran trocitos de cielo. Me acuerdo de aquel peto vaquero y de tus playeras rojas, tu blusa de rayas azules.
También recuerdo como huías de tu padre y de como tu madre te maldecía por cada cosa que tus hermanos pequeños no sabían hacer. Muchas veces te vimos con escayolas en el brazo izquierdo, para que escribieras con la mano derecha. Me acuerdo de aquella vez que se dijo que te caíste de un muro y al día siguiente fuiste a clase con la clavícula rota. Toda vendada, desde la cintura al cuello. Tu vida nunca fue fácil. Hasta que lo conociste con quince años. Todos los de la pandilla decíamos que estabas loca, pero tu cara por fin rebosaba felicidad. Él te ha dado la única estabilidad que necesitas y mereces.
Ahora te veo, veinte años después. Se ve que la vida te sigue pasando factura. Ahora estás con tus dos hijos, sin trabajo, sin él. Está en la prisión por defenderte. Mató accidentalmente a un hombre que intentaba abusar de ti. Ha sido la persona que mas te ha amado en los últimos quince años y ahora te ves sola, sin él y con dos hijos a los que mantener. Estás nerviosa porque las autoridades están apunto de quitarte a los niños, se te acaban las ayudas y crees no poder conseguir nada. Tus padres te han dicho que en su casa no cabe nadie más y los padres de él no quieren saber de ti. Ellos estudian como quitarte a los niños, piensan que eres la culpable de que su hijo esté en la cárcel. 
No sabes que hacer, ni a donde ir.
Te veo en un parque, intentando pasar una tarde agradable con tus hijos, me acerco a saludar y mi primera impresión al ver tus ojos hundidos, me pregunté "¿Donde está el cielo que acostumbraba ver en su cara? ¿Donde está esa sonrisa que daba calor, luz y ternura?"
Hemos crecido, ya no somos niñas de ocho años, ya no somos angelitos que con solo una sonrisa nos perdonaban lo que habíamos roto. Ahora pagamos por cada error y despiste, e incluso, por los errores y despistes de los demás. Te sientes culpable de que tu marido esté en la cárcel, te sientes culpable de que tus hijos cada noche pregunten por su padre, pero tienes la esperanza de que dentro de poco salga tu héroe, a volver a salvarte la vida y con eso volver a empezar de nuevo con tu familia.

Dicen que la mala vida nos la buscamos, pero está claro que "si naciste para el martillo del cielo te caen los clavos".

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