Érase una vez un niño que deseaba un juguete. Iba cada día a ver ese juguete en su juguetería preferida. Sabía que no podía permitírselo, pero el niño ahorró durante todo un año para poder comprarlo, sabía que era caro, sabía que le iba a costar tenerlo, pero él apostó por "su juguete".
Cuando ya tenía todo el dinero reunido, fue a la juguetería y pregunto por su juguete. Solo quedaba uno y el dependiente le dijo que mejor se llevara otro, porque solo quedaba uno y estaba roto. El niño quería ese juguete y habló con el dependiente, hasta que lo convenció para que le diera ese juguete.
"da igual que esté roto, yo lo arreglaré" decía el niño ilusionado. El dependiente convencido le despachó, pensando que ese era un juguete muy especial y esperaba que el niño no se cansara de su defecto.
El niño se lo llevó a casa. Los primeros días funcionaba de maravilla, pero al cabo de la primera semana ya empezó a ver el fallo. Quiso arreglarlo, pero por más que lo intentara no podía. El juguete, no hacía lo que se suponía que debería hacer. Le cambió las pilas, lo limpió, hasta que se cansó y lo abrió.
Con herramientas de su padre desarmó el juguete y no entendió nada de lo que veía.
Han pasado semanas desde entonces y el juguete sigue abierto, desarmado y sin nadie que lo vuelva a armar y a hacerlo funcionar.
Muchos pensarán que lo que he contado es una simple historia de un niño caprichoso, que sucede mucho, cuando somos niños no valoramos nada o mucho lo que nos podemos gastar.
Pero ¿Y si les digo que el niño es un adulto y el juguete es otra persona?
Seguro que más de uno se siente reflejado en el muñeco y muy pocos en el niño.
Háganle caso al dependiente, si el río suena es porque agua lleva y si alguien te dice las cositas claras desde el principio, no vallas de señor salvador, puedes hacer más daño del que jamás pensarás.
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