La pena de tener pena

Y después de darse cuenta que nadie se preocupaba de ella misma, que todos le obligaban a entender a los demás, sin que nadie se parara a entenderla a ella, sin que nadie se tomara unos minutos de escuchar lo que siente, lo que piensa, lo que añora y lo que la aprisiona, siente que es el momento de perdonar y olvidar el pasado, aunque sea tan reciente que lo huele y le cambia el ritmo de su propio corazón.
Acude a un psicólogo, le cuenta que cuando pequeña la acostumbraron a callar, que de joven le hicieron creer que no era capaz, de adulta hizo todo lo posible para demostrarles que no es verdad, pero la indiferencia de todos le hace pensar que es verdad. Que es verdad que sea idiota, inferior, no tiene valor, ni merece que nadie la quiera. Es tan insegura que actúa huyendo o agresivamente cuando alguien se siente prendado de su verdadero valor (que no es más que aquel que cada cuál ve, independientemente del que éste crea tener), respondiendo con chistes, con evasivas u ofendida porque cree que se están riendo de ella.
El psicólogo dice que no la puede ayudar, que es ella quien tiene que buscar una conducta y rectificarla diariamente hasta que el hábito se haga dueña de ella y crea actuar con normalidad. Que debe de pensar que los demás son inferiores a ella, ya que ella se da cuenta de muchas cosas que el resto ignora de su existencia. Ella nunca creyó en la superioridad de nadie, cada cual tiene sus capacidades, desarrolladas o no, pero las tiene. Pero así lo hizo, día a día, pensó mejor de cada persona, creyó que la humanidad no es tan mala y con esa actitud poco a poco volvió a sonreír a la lluvia.
Nadie se explica el por qué de su final, pero conociéndola, habrá pensado que nadie quiere conocerla, nadie se para a preocuparse de ella y ni siquiera egoístamente se paran a recibir o dar cariño a ella y de ella. 
Se hundió en el mar. Tenía hilos de seda atados a sus piernas y a su cuello, con cebos muertos, donde los animales del mar al acercarse a comer desgarraban su cuerpo como si de un abrazo se tratara.
Tanta carencia de cariño y amor, que nada ni nadie podía salvarla, ni siquiera ella misma. Espíritu de dar amor, tanto amor que tenía y quería dar que le quemaba las manos. Esas manos que han sido juzgadas tantas veces por arropar a personas que solo querían su energía, pero sin energía ella se sentía querida y sin nadie en que pensar, porque ese alguien estaba presente, bueno o malo.

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