La lucha nunca acaba

Tengo cuarenta años, un trabajo bien remunerado y estable, llevo con mi pareja diez años. Estamos casadas desde hace cinco años. Tenemos una hija de veinticuatro años, fruto de una relación anterior de mi pareja, la cual es diecisiete años mayor que yo. Nuestra hija hace unas semanas que está extraña con nosotras, se muestra arisca, no le gusta nada de lo que hay en casa, cada vez pasa mas tiempo con su padre y con nosotras casi no cruza palabra. Mi mujer está muy preocupada por mi, hace un mes que estoy de excedencia laboral ya que necesito valorar si mi trabajo me da la estabilidad que necesito para poder tener una relación con mi pareja agradable y poder mantener los ánimos en la familia para poder seguir las tres unidas, aunque a la niña le quede poco a nuestro lado. Yo necesito mas tiempo y empatía de mi mujer, cree que le estoy poniendo los cuernos, me acusa de querer abandonarla, no valora nada de lo que sacrifico por estar a su lado y cada vez que tenemos tiempo para las dos, lo echa todo a perder por miedo, inseguridades y no sabe el daño que me hace cada vez que abre su boca para acusarme del dolor y sufrimiento que ella está sufriendo por mi culpa.
Hace unos días salí a pasear con mi perro, a la salida de la zona residencial vi a una amiga de mi hija, la estaba esperando para ir a la facultad, como cada día a la misma hora. Le pregunté que tal estaba, la vi bien, sonriente, atenta, amable, un poco nerviosa, pero la conozco desde los diez años, hay muy poco de malo en esa niña.
Cada dia que saco al perro a esa hora la veo sentada a las afueras de la zona residencial, esperando a mi hija. Me resulta extraño ya que es hija de mi vecino, vive justo enfrente nuestra, no entiendo porque la espera fuera y no en casa.
Al llegar a casa vi a mi hija hablando con mi mujer, me dio alegría verlas a las dos hablar, sin discutir, sin malas caras, sin gritos, pero esta vez las dos se quedaron mirando hacia mi. Mi hija fue a su cuarto y mi mujer quiso hablar conmigo, estaba muy preocupada, nerviosa y no sabía como decirme lo que quería contarme. Cuando empezó a hablar, mi hija se unió a la mesa con su amiga, nuestra vecina, esa que cada día veía a las afueras de la zona residencial donde vivimos. Nos contó que desde hace años ellas dos (mi hija y su amiga) están viviendo una relación, son pareja, pero nuestro vecino no lo tolera. No quiere verla relacionada con nosotras, no quiere que vuelva a tener relación con nuestra hija e incluso ha amenazado de hacer algo, lo cual por un lado me da miedo a la vez que infravaloro su deseo asesino de matar aquello que no conoce, ni entiende.
El sábado pasado, mi mujer sacó la basura mientras yo le hacía el desayuno, noté que tardaba más de la cuenta en volver a casa y decidí salir a buscarla. Cual fue mi sorpresa al ver a ese señor gritarle en plena calle a mi esposa y empujándola la incitaba a abandonar esa zona. Me acerqué a él, le retorcí el brazo, lo tiré al suelo y sin dudar le dije que pagaría muy caro el tocar y gritar a mi mujer. Con mi preocupación fui hacia mi mujer, miré si le había hecho daño, le di un gran beso en mitad de la calle delante de todos mis vecinos y entre aplausos de unos e incredulidades de otros nos fuimos a casa.
Hicimos el amor, se fueron dudas, se fueron prejuicios, se fueron miedos e inseguridades, volvimos a ser esa pareja inseparable. La confianza volvió a ser la argamasa que une nuestro amor.
Cada noche me quedo esperando en la ventana, con mi vigilia espero a que mi hija y mi mujer estén a salvo en casa para poder irme a la cama tranquila, dormir tranquila y asegurarme que cada noche abrazo aún más fuerte a la madre de mi hija y a la persona que vela por mis sueños.

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