Esa noche no pude dormir. Delia se abrazó a mí y cayó del
cansancio en mi pecho. No quise hablar con ella de lo sucedido esa tarde - noche, sólo
quise abrazarla e intentar tenerla dentro de mí con mis besos, calmarla y hacerla sentir segura. Cosa que no he hecho estos días atrás.
Por la mañana me levanté de la cama, llamé por teléfono a recepción para pedir que nos subieran el
desayuno. Zumo de naranja natural y café, tostadas, mermelada, mantequilla, croasanes,
jamón serrano y pavo, aceite, tomate y sal. Antes de que Delia se levantara me
senté en el suelo, con la postura de la flor de loto y empecé a estirar espalda
y piernas. Mis brazos se levantaban por encima de mi cabeza, dando la vuelta
por la espalda. Mis músculos crujían, mis huesos se lamentaban, Delia dormía y
yo cabeceaba.
En treinta minutos un camarero del hotel nos trae el
desayuno. Nos deja en una mesa auxiliar con ruedas un gran desayuno.
Corto el croasan dejando dos mitades iguales, lo abro y le pongo rodajas de
tomate, le echo sal y aceite. Froto con suavidad las dos partes y añado jamón
serrano al abrirlo de nuevo. Preparo una taza de café y otra de zumo. Coloco
servilletas y me dispongo a avisar a Delia, me daba pena despertarla. Aún se le
notaba el rastro de sus lágrimas en sus mejillas. No había encendido el móvil y
en recepción dije que no me pasaran ninguna llamada. "Delia irá a declarar
cuando se encuentre bien para hacerlo" le dije a Gibson la noche anterior
y así va a ser.
Me siento en la cama, le beso su hombro y susurrándole intento despertarla:
- ¡Buenos Días amor! - Frotaba mi nariz por su espalda mientras
mi pelo suelto acariciaba sus costados.
- Hola amor. ¿Ya es la hora de levantarse?- Se dio la
vuelta, me agarró la cara y me besó. Se quedó mirando hacia mi, observó los más
íntimo que podría haber en mis ojos y me abrazó. Yo enmudecí, no tenía que decir
nada, ella ya lo sabía.
Desde que nos conocemos sabe perfectamente que es lo que pasa
por mi mente. A mucha gente les daría miedo, pero el conocer tanto a una
persona, a tal punto de saber perfectamente que es lo que quiere y anhela sin
decir una sola palabra, ni señalar, tan solo con mirar, es tan puramente escaso
que sería de tontos dejarlo escapar por miedos. Desde el primer día
congeniamos, tanto que desde ese momento supe que iba a ser mi esposa, mi
compañera, mi amiga, mi hermana, mi amante y a veces mi madre. Sabe ser
protectora sin anular, te hace pensar y te enseña a usar las técnicas de mi
labor en la vida cotidiana.
¿Quién me iba a decir a
mí que una artista loca, con el pelo azul, me iba a enamorar?
Si aquella noche no hubiera arriesgado, hoy no sería la que
cuenta esta historia:
<<Hace seis años, hubo un robo en la antigua escuela de arte. Dónde desapareció muchísimo material valorado en más de 6.000 € y rastros de sangre. Nosotros no teníamos claro nada, pero cada uno teníamos nuestras hipótesis. La mía era que alguien de la escuela se llevó todo ese material y que un gato u otro animal se había cortado con las herramientas. Antes de mandar las muestras a analizar tomamos declaración a todos los profesores, alumnos y demás personal del inmueble. Yo no tenía mucha experiencia tomando declaración y me ponía nerviosa muy pronto, no soportaba el que la gente no hiciera el esfuerzo de recordar o al menos de pensar. Había tomado declaración a 3 personas y cada cual fue peor, nadie quería saber nada y quien quería saber me hacía las preguntas a mí. La última interrogada fue ella y me sorprendió tanto su descaro, desparpajo y osadía que a veces nos reímos recordando ese día:
- ¡Buenas tardes señorita! ¿Recuerda que clase de material
había en ese aula?
- ¡Buenas tardes señorita agente! Sí, lo usamos a última
hora.
- ¿A última hora? ¿Hasta qué hora? ¿Dónde?
- Pues en el aula de al lado de dónde están buscando y si no
me equivoco debería de seguir allí.
- ¡Lléveme hasta allí por favor!
Caminamos unos tres minutos pero ella no paró de hablar en todo
el camino. Cuando llegamos a otro aula taller estaba todo el material allí.
Llamé a los compañeros y a la directora del centro explicándoles que habíamos
encontrado el material. La directora del centro no daba crédito y al ver todas
las herramientas en ese aula y al sentir vergüenza de estar nosotros allí quiso
culpabilizar a Delia:
- ¡Usted sabía esto! ¿Y no nos lo contó?
- Yo me acerqué a usted a primera hora de la maña y en ningún
momento me escuchó. También me acerqué a los agentes y nadie quiso atenderme.
Llegó mi turno, esta chica tan amable me ha escuchado y aquí les muestro los
materiales que le pedí prestados a los compañeros de forja.
- ¡Joder Delia! Es que hablas tanto mi niña y yo tenía unos
nervios esta mañana que no sabía, ni quería escucharte.
- Entonces ustedes sabían durante todo este tiempo que el
material estaba en el este aula y dentro del centro ¿No es así? - Les dije
mientras anotaba en el parte lo sucedido. - Por favor, hagan inventario y si
falta algo dígamelo. Señorita Delia podía acompañarme por favor. - Me la llevé
al otro aula, supe que ella se iba a interesar por algún animal herido - ¿Sabe si
por las noches entran gatos?
- Sí, cada noche. ¿Por qué? - Estaba detrás mio, miraba con asombro a donde la llevaba y sus manos denotaban nerviosismo.
- Porque creo que hay alguno herido escondido en algún lado y
pienso que usted sería la adecuada para cuidarlo.
- ¿Por qué lo dice? ¿Tengo cara de ser la madre Teresa de los
animales? - La miré y sonreímos. Nuestra mirada contaba lo que las palabras no podían decir.
- En cierta medida sí. Creo que usted es la que más empatía
tiene de las personas que conozco y me fio de su buen alma. Mire hay rastros de
sangre y parece que va hacia ese hueco.
- ¡Cómo sea una rata yo no la cuido! Que esos bichos me dan
asco.
Caminábamos las dos con un cierto miedo a lo que nos
podríamos encontrar. Yo iba delante con una linterna, ella iba detrás. El sitio era algo oscuro y las manchas estaban justo detrás de una estantería de hierro. Ella estaba
agarrada de mi cinturón, estaba algo asustada pero al momento se le pasó. Vimos
a una gatita atigrada panza arriba dando de mamar a sus cinco crías. En ese
momento nos cogimos las manos y desde entonces no las hemos soltado. Estuvimos
semanas visitando a veterinarios, cuidando a los gatitos y a su mamá, hasta que
decidieron que estaban mejor en la calle. A veces vuelven para buscar comida pero
hace mucho que la mamá no viene.>>
Esa mañana Delia estaba ausente. Me
miraba, sonreía y me pedía que la abrazara. Me levantaba de donde estuviera y
la abrazaba.
“¿No te puedes dedicar a salvar gatos?
¿No te puedes dedicar a salvar la vida de niños desnutridos del país de tu
padre? ¿Por qué no te dedicas a salvar, no a coger al asesino? Sé mi heroína no
una justiciera.”
Realmente eso era lo que quería. ¿Cómo
explicarle el para qué había llegado hasta ahí? Ni siquiera yo lo sé.
El instinto te empuja, la razón te hace medir el peligro pero el miedo te paraliza. En cambio, el amor quien vence al miedo, quien infravalora el peligro y se abraza al instinto. |
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