Eran las
19:00 del miércoles.
Estábamos a
punto de entrar en mi casa, totalmente armados y dispuestos a matar a cualquier
persona sospechosa. Gibson me había dicho que me quedara atrás, que no entrara pero pensé
en entrar la primera y sacar a mi mujer de ahí antes que resulte herida o
muerta. Sé que en su naturaleza está el escapar y sabe protegerse pero este era mi trabajo y le ha afectado a ella.
En el coche
de camino a mi casa, Gibson y yo hablábamos de lo que Delia había dicho cuando
la llamé:
- Me dijo
que tenía vodka y lasaña, que trajera cerveza alemana. Me nombró la Paulaner ¿Hay
algún alemán que deba de estar aquí? - Le miraba con ganas de que me
respondiera lo que él conoce y sabía que era mucho. Tenía la sensación de que si
hablaba, hubiese tenido que contarme más de lo que el caso entramaba.
- No le des
más vueltas a eso. Tú dices que Delia habla mucho y a veces habla sin sentido.
Quizás lo haya dicho para que los que tiene en casa no se den cuenta de nada-. Me sentó como una patada en el estómago. ¿Cómo puede atreverse a coger una
broma hacia mi mujer, devolverla de esta manera y en estas circunstancias?
- En mi casa
no hay alcohol y ella no sabe cocinar. Acuérdese Gibson, ella es abstemia y yo
musulmana. Hay una persona rusa y la otra italiana. Espero poder enterarme por
boca de mi mujer quien es la persona alemana que falta. - Vi como sonreía y se
callaba. Me miraba por el espejo retrovisor y parecía estar orgulloso de mí.
Jorge miró el reloj y frenó el coche de golpe.
Habíamos
llegado. Nos habíamos bajado del coche unas casas terreras antes. Ya era de noche así que nos tocaba ser sigilosos y caminar bastante hasta mi casa. Linternas sin
encender y pistolas al suelo. Agacharse y andar deprisa.
Mi casa es
terrera y tiene otro edificio anexo, el taller de Delia.
El
taller no es más que una casa antigua de una sola planta con dos portones de
hierro. Nuestra casa tiene doble altura. La planta baja tiene salón, cocina,
terraza, entrada, un pequeño baño y un patio interior donde mi padre reza cuando
viene. La planta superior es maravillosa, es nuestro fortín. Tiene 3
habitaciones que son nuestro cuarto, un gran vestidor y un baño enorme. Mi
habitación es magnífica. No tiene ventanas pero tiene un tragaluz justo encima
de la cama. Cuando la compramos lo hicimos con una claraboya blanca; desde
fuera de la casa parece una cúpula pero desde dentro apretamos un botón y se
abre dejándonos ver las estrellas de la noche. Las ventanas están en el
vestidor y en el baño tenemos una pequeñita.
Tenemos dos entradas a la casa,
ambas por la planta baja. Podríamos acceder a ella por la entrada principal o
por la terraza, pero dependerá de si sabemos donde están. También podríamos
entrar por las ventanas inferiores, pero mi casa es diáfana y, a menos que lo
hiciéramos rápido, se van a enterar a la mínima. Delia quería luz natural, así
que le dijo a la arquitecta que quería muchos ventanales aunque los tenga que
limpiar yo.
- ¡Bien! Que tres personas aguarden con el inspector Jorge Robayna en la terraza hasta que yo
lo diga. Ustedes dos vengan conmigo por la entrada. Jadira no tengo nada que
decirte. Es tu casa y tu mujer, mejor que tú nadie la va a proteger ¿Entendido?
- Me concentré. Pensé en todos los recovecos en los que Delia se podría
esconder si alguien dispara, pensé en lo que podría suceder si hay más de dos
secuestradores y pensé en lo que pasaría si tocan a mi mujer.
- ¡Vamos! En
marcha - Mi cara transmitía la pérdida de toda cordura. En ese instante perdí
el respeto a la vida humana. No valía nada si Delia resulta herida. Mi trabajo
estaba mal hecho si un inocente resulta abatido y, si es Delia, no me lo
perdonaría.
Mientras
caminaba agazapada, comprobaba mis pistolas.
Llevaba tres: una en la mano,
lista para matar, otra en el tobillo preparada para sorprender y por si me
fallan esas dos tengo la del pecho, preparada para defender. Llevo un cuchillo,
un machete en un protector de piel en el antebrazo derecho y, a parte, llevo mi
frialdad y mis ganas de averiguar que le han hecho. Sé que me va a caer una
pequeña bronca cuando acabe el asalto, pero la prefiero a encontrarme con un
mínimo rastro de sangre.
Cuando cada
uno estaba en sus puestos, pude observar que tenían a Delia amarrada y
amordazada a una silla en mitad del salón. No veíamos a nadie y podría ser una
trampa – ¡Demasiado fácil!- Respiré profundamente y me asomé a la ventana que
ella tenía justamente en frente, le vi la cara y no tenía ni un rastro de
tortura, ni agobio. No se sentía mal, ni tenía miedo. Es más, al verme me
sonrió y me señaló con su barbilla la puerta de la terraza. No dudé ni un
segundo y paralicé a todo el cuerpo.
-Alto a todo
el mundo, me dispongo a entrar - Todos
se preguntaron que que era lo que estaba pasando pero me hicieron caso. Apagué
el walki y me dispuse a entrar.
No me fiaba
de nadie. Al cruzar la puerta acristalada me fijé en que no hubiera peligro, miré a cada rincón del salón. Cuando me sentí segura estudié los amarres que
mantenía a Delia atada a la silla, temiendo la posibilidad de bomba y cuando solté
a mi mujer me la llevé de allí en volandas, dejando pasar a mis compañeros a
investigar la casa.
-¡Amor!
Debajo de la silla hay un documento. Te lo han dejado para que lo veas y lo
estudies.
-¿Tú estás
bien? – Tenía más miedo que ella.
- ¡Sí, esta
noche no te voy a soltar! Pero mañana me voy y cuando acabe el caso tú y yo
vamos a hablar.
-¿Y si no
consigo cerrarlo? – A sabiendas de la respuesta que me iba a dar, mi cara era
un poema. Mi pasión y la razón de mi felicidad.
-Vas a tener
que elegir. Yo te amo Jadira y mucho. ¿Pero si no me tienes de qué te sirve el
amor? Tu trabajo o yo cielo.- Nos miramos a los ojos, descifrando el grado de dolor
que cada acción podría causar. Una u otra decisión y las dos sufriremos pero
hay algo con lo que no puedo vivir. – Ahora no
lo vamos a hablar porque quiero que me abraces y no me sueltes.
Nos
abrazamos, nos besamos y lloramos. Vimos como Jorge y Gibson venían hacia nosotras
corriendo. Gibson traía un sobre. Jorge se interesó por Delia y antes de ver el
contenido del sobre le dije a Gibson que solo fue una muestra de lo mal que
podría terminar todo si no dejo de investigar los asesinatos. Gibson no dijo
nada, solo me dio el sobre. Un sobre americano, con la solapa pegada; Gibson lo
había cogido con guantes pero yo no tenía.
-Jefe no
estoy para leer ahora. Por favor, léalo usted. Quiero pasar esta noche con
Delia. Mañana hablamos.
Ellos tres
se sorprendieron, Delia me miró desconcertada.
Esa es la mujer que me envuelve en un
millón de colores, en risas, alegrías, me introduce en un mundo nuevo cada día
y me hace pensar en infinitas, más una, posibilidades de todo el universo no me
va a abandonar, no la voy a dejar.
Cuando me di
media vuelta para llevarme a Delia del pueblo a un hotel, hubo una pequeña
explosión en el taller. Pensé "¡Otra vez no!" Estaban todos los chicos en la zona - ¡Que
investiguen ellos¡
Mi labor esa noche era mi familia.
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