Una Dosis (Cap. XI)

Tres horas más tarde de su declaración Delia fue a casa, cogió ropa y desapareció. Mi vida se ha convertido en mierda. La rabia no me aguantaba, ni yo a ella.
Se fue con identificación falsa, caracterizada y disfrazada pero no se a donde, ni cuando, tampoco sé si ha ido sola o con alguna amiga. Solo sé que cuando todo esto termine tengo que ir a buscarla. No quiero perderla y no quiero ser como otros compañeros que se dejan hundir con trabajo, deber y obligación mientras la vida pasa y no tienes el mismo sentimiento que te trajo a este mundo y te da la vida: El amor.

Resulta que cuando somos niños sobrevivimos gracias al amor de nuestra madre y familia; mientras vamos creciendo y siendo autosuficiente, crecemos y aprendemos gracias al amor de nuestra familia.
Vamos independizándonos y menospreciando ese amor. Nos metemos en una vorágine en busca del amor que las hormonas nos hace investigar, escudriñar, encontrar, perder, huir y abrazar. En el país de mi padre es un insulto a la vida, es ser desleal, dejar a tus padres solos mientras tú trabajas sin descanso. Algo que aprendí de mi padre es a amar y de alimentar al amor. De mi madre aprendí a que tengo que dejar amar, aprovechar cada circunstancia para hacer sentir y sentirme enamorada sin necesidad de objetos valiosos, sólo con mi padre, sus manos y sus besos.
Siempre están juntos, aprovechan cada momento para ayudarse el uno al otro, aprender el uno del otro y enfadarse el uno con el otro. Si te enfadas con una persona es porque te importa, sino ¿Para qué enfadarte? Delia estaba decepcionada y cabreada conmigo pero no sólo eso, también estaba preocupada, asustada y angustiada de que llegue el día en que algún compañero le dé la noticia de mi muerte. Teme quedarse sin mí y eso la enfurece.

Jorge, Gibson y yo nos reunimos con todas las pruebas que habíamos encontrado. La carta en el cadáver, cámara de vigilancia, droga en casa de Aníbal, jeringuilla en el brazo de Mike, sobre y carta en la silla donde estaba Delia sentada y hallaron pruebas en la llave de la bombona de gas del taller. 
Las huellas encontradas no estaban registradas en nuestra base pero eran las mismas huellas. Las huellas de la bolsa de anfetamina y heroína eran las mismas que la de la carta y de la jeringuilla; todo apunta que El lasaña vegetal y el Vodka estaban detrás de todo. 

Jorge había ido al hospital a ver a Mike antes de nuestra reunión. Al menos ya podía hablar. Grabó la conversación con su teléfono móvil y nos trajo su entrevista en formato de audio. Se oía a Jorge preguntar y a una voz  aún muy débil. Mike contaba en esa grabación que había recibido una llamada que advertía de dos sospechosos que estaban en el hospital para acabar con Aníbal. No sabía quien lo llamaba y tuvo que salir de la habitación para tener más cobertura y fue ahí cuando vio un sospechoso bajar corriendo las escaleras. Él lo siguió y sintió como un hombre alto y fuerte lo agarra por la parte de atrás de la chaqueta, se reviró rápido, quitándose la chaqueta y vio a un hombre enorme, blanco como la leche. Lo siguiente que recordaba era un golpe muy fuerte en la cara y luego se despertó en la cama del mismo hospital donde estaba. Viendo los videos de las cámaras de seguridad, Dimitri Sokolov es inmenso podría medir más de 2 metros de altura, vimos como le quitaba la chaqueta y sin hacer nada, solo quedándose quieto consigue que Mike se quede petrificado viendo esa gigantesca masa de carne blanca. No vio a Luca Caccini venir por su derecha y estamparle un extintor en la cara, rompiéndole los huesos craneales del pómulo, quedando rotos los huesos del esfenoides, temporal y frontal. Acto seguido se agachan, le vuelven a poner la chaqueta y lo llevan a la habitación donde yo lo encontré. Me imagino que será ahí cuando le clavan la aguja en el brazo. Tardan unos 10 minutos en salir del cuarto, Luca mira su móvil y salen camino a mi casa.

Terminando de ver el video de las cámaras de seguridad del hospital, nos llaman los compañeros que fueron al polígono industrial Díaz Casanova; el que Delia había oído. Habían encontrado a dos personajes que cuadran con los sospechosos. Teníamos que ir para allá como refuerzos ya que no estaban solos.  Esta vez solo llevé el chaleco kevlar, 2 pistolas y unas gafas Rayban efecto espejo. Quería que se vieran mientras son reducidos. No descarto el que pierda los papeles y aviso a Jorge:

̶  Si en algún momento ves que me excedo…  ̶  No dejó que terminada de hablar.

̶  Mi compañero está recuperándose en el hospital y mi compañera también se está recuperando aunque está conmigo. Nadie nos va a parar. Yo no pienso pararte.

Nos miramos a los ojos, frente a frente, cara a cara, sintiendo la rabia de cada uno. Chocamos la mano, nos agarramos la mano como colegas que somos y nos dirigimos a los coches. Quince minutos más tarde vendrían dos lecheras.
En un principio iban dos coches con cuatro compañeros de paisano. Cuando ellos llegaron vieron como estaba la zona y decidieron irse a la nave de enfrente. Entraron haciendo creer que eran cuatro clientes más. Le pidieron al dueño de la empresa – previo aviso – que los dejara subir a la parte alta, para poder tener informadores y 4 magníficos inspectores. Dos de ellos expertos francotiradores que estuvieron en Bosnia con el ejército en sus últimas batallas, por el 2001. Ya teníamos informadores y francotiradores colocados. Tenían visión de casi toda la nave. Había una parte que no estaba a la vista y se intuía una especie de oficina. Dimitri estaba fuera con los demás, dirigiendo a un grupo de hombres que cargaban cajas. Luca estaba en lo que pensamos que era oficina. Teníamos que hacerlo salir de ahí. Alguien tenía que acercarse y probar suerte para que los dos estuvieran en la calle.  Necesitábamos un señuelo y allí estaba yo ofreciéndome voluntaria. Quitándome el chaleco kevlar, desabrochándome dos botones de mi blusa, subiendo el sujetador, pintándome los labios y los ojos color gema. Todos dudaron por si me reconocían pero yo no, sabía que no me iban a reconocer, jamás voy provocando y ahora sabrían el porqué.
Me hacía pasar por una mujer de negocios perdida; me acerqué a los muchachos y mascando chicle les di las buenas tardes:

̶  ¡Buenas tardes chicos! Busco una empresa pero no sé donde encontrarla, sólo sé el nombre de sus dueños. – Veía como Dimitri se acercaba a mi secándose las manos con su camiseta.

̶  ¿La puedo ayudar?  ̶   Me miró de arriba hacia abajo con sonrisa de medio lado.

̶  Busco a Lucca Gaccini y Dimitri Sokolov. – Cojo mi móvil y lo miro, me retoco las cejas. ̶  Me han enviado a Díaz Casanova porque me han dicho que he de recoger una mercancía muy valiosa. ̶   Con voz redulzona, intentando hacer que pareciera aguda. ̶  ¡Que blanquito estás!  ̶   Se escuchan risas, yo finjo una risa nerviosa, mientras le miro la cara sin levantar la cabeza. Solo por encima de mis gafas de sol, arqueando las cejas. ̶  ¿No te echas protector?

̶  Lucca, alguien nos busca.

Al ver como Lucca salía de esa  oficina me di cuenta de que me habían descubierto. Vi como Lucca me miraba de forma lasciva pero nerviosa, giraba su anillo en el dedo como si alguien le pagara para ello. Se pasaba la mano por la boca como si acariciara una inexistente barba, dibujándose así las comisuras de los labios. Aproveché que Dimitri se había alejado varios metros para avisar a los compañeros y sacar mi arma.
De lo que pudo pasar a lo que realmente pasó los separa la actitud.


Puedes tener conocimientos, habilidades y experiencias
pero sin actitud no eres nadie.




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