Una Dosis (Cap. XIII)

Saliendo del hospital no pude dejar de pensar en las diferentes opciones que tenía para salvar mi matrimonio y seguir haciendo lo que me gusta o, como dice Delia, lo que creo que me gusta. Hacía un gran día, un cielo azul sin nubes, una suave brisa fresca y un sol que brillaba y me obligaba a ponerme mis gafas de sol. Al buscar mi coche para irme a casa, me acordé de Mike y lo que siempre dice de los gorrillas: " Basta con que te vean sacar las llaves y ya están diciéndote como tienes que sacar el coche y lo limpio que te lo dejó en tu ausencia". Saqué mi llave del bolso y apareció uno, flaco, no estaba sucio, se veía claramente que la ropa no era de él y vino a mí, a pedirme dinero.

- Buenas tardes señora ¿Podría dejarme algo de dinero? Lo que usted tenga suelto. Es que no he desayunado hoy -  El señor se mostraba algo acongojado, con mano derecha en su vientre y mano izquierda extendida palma arriba con ademán de pedir.

- Si usted quiere comer yo lo invito pero dinero no le puedo dar – Fui muy seca y tajante, además de inflexible.

- La verdad es que la comida no es para mí, sería para mis hijos. - me miraba a los ojos ese hombre con boca mellada, con el pelo bien peinado hacia atrás y con la cara sin afeitar.

- ¿El estado no te ayuda? -  Dije bajando las gafas y mirándolo fijamente.

- La verdad es que no, además yo estuve metido en temas de drogas y eso no es buena señal para que te ayuden. – hablaba con un tono de voz muy baja, parecía tener vergüenza.

- ¿Dónde vive usted con sus hijos?

- Ahí arriba de la colina, en Zárate.

- Suba, pasamos por un supermercado y le lleva comida a su casa.

El señor se asombró, se quedó pasmado. En un principio dudó en aceptar mi oferta pero luego me enseñó su gran sonrisa carmesí y subió como un niño pequeño. Fuimos al supermercado más cercano al hospital. Me pidió productos de primera necesidad, productos de higiene, lácteos, pasta, arroz y agua. De lo que no es perecedero compré bastante y él en todo momento me lo agradeció. Cuando fuimos a llevar toda esa compra a su casa no quiso que yo la llevara. En un principio se había sentido tan avergonzado de no poder llevar una casa y mantener una familia que me pidió que lo dejara ir caminando cuesta arriba  con esas grandes y pesadas bolsas. Yo lo convencí para que me dejara alcanzarlo y llorando aceptó. Cuando llegamos a su casa me encuentro con un panorama un tanto surrealista. 
Su mujer tenía unos 30 años menos que él, su hijo el mayor tiene 4 años y le siguen 3 hermanos más, el más pequeño es recién nacido. Conviven con los padres de ella que no parecen que tengan motivos para vivir en esas condiciones pésimas pero esa es la realidad; si vives entre la pobreza, que nadie se entere. Tenían una casa terrera de 3 plantas y garaje. Los padres de ella vivían en el garaje y la familia en el primer piso. Nadie se hacía cargo de esas familias, que aunque juntas están desorganizadas. 
Al despedirme de ellos, el señor agradecido me dijo algo así como: "Siga salvando a las personas"- y así lo quise hacer. 

De camino a casa pensaba en ese correo que teníamos Delia y yo para mandarnos e-mails entre nosotras; no me acordaba de la contraseña.

yadesandu@gmail.com  ¿Que contraseña era?

No me acuerdo de si era su cumpleaños o el mío.

Al entrar en casa me doy cuenta de que no hemos podido hacer nada para recogerla. Delia se fue hace pocos días y no hemos dormido aquí, al subir a mi habitación recuerdo la escena en que nos dijimos el correo y la contraseña. Me acuerdo que yo estaba preparándome para irme temprano a trabajar, me puse encima de ella y le dije la contraseña pero no me acuerdo de ella. Era una fecha pero me es imposible acordarme de cual. Fue entonces cuando mis recuerdos con ella vinieron a mi mente. Me vinieron oleajes de recuerdos que no cesaban. Unos de cuando nos conocimos, otros del primer beso, de la primera vez que la vi desnuda y de la última vez que pude acariciarla.
No me acuerdo de la contraseña.
Quise caminar por la casa, recoger un poco todo el desastre que la intervención policial ha hecho. Al pasar por el vestidor me detengo. Nuestro vestidor es un cuarto donde da la luz natural de una ventana, está hecho en madera y hemos hecho una especie de altar con una foto de nuestra boda. En esa foto nos veíamos a nosotras vestidas con el traje de boda Saharaui y el Marroquí. Ella se quiso hacer trenzas en el pelo yo opté por llevar el pelo semi-tapado. Me encantaba verla con sus manos llena de henna. No hacía más que preguntar cuál era el patrón que seguían en los diseños. Abrí un cajón y descubrí una foto donde se veían nuestras manos con los tatuajes de henna. Y en el reverso una fecha 26 - 02 - 2010. El día de nuestra boda.

¡Ésa es la clave! Si me pagaran por cada despiste, no me haría falta trabajar. Fui al cuarto, encendí el ordenador y espero pacientemente mientras miro el techo y recuerdo cada noche de verano, cuando el calor aprieta y no podemos dormir; como Delia y yo mirábamos las estrellas. Recuerdo que al principio intentábamos saber que estrella o constelación se veía pero pronto nos limitábamos a observar y a disfrutar. Por mucho que quisiéramos darnos las entendidas nunca aprendimos y no teníamos ni idea. En cuanto el ordenador estuvo operativo, me metí en Gmail y vi que había un correo.

                                    “Te echo de menos, ven a buscarme ya. La playa es dura sin ti. Los canales no tienen la luz de tu mirada”.

Ella sabe que soy lista y a ese puerto, en el  sur este de Gran Canaria, fui a buscarla. 
Es paraíso si estamos las dos, si solo hay una de las dos simplemente es un lugar bonito. Conduje en la noche a su encuentro. Durante todo el camino solo pude acordarme de Delia y de una canción de Roy Orbison.
Su mano blanca resaltaba entre mis dedos morenos.
Ese día no quisimos soltarnos.



Comentarios