En la luna de Tejeda (Cap. 2)

Al día siguiente me desperté con ganas de saber de ese pueblo. Había dormido mucho mejor que de costumbre y me nació la gana de curiosear. 
Me gusta hacer senderismo; así que compré agua, pan, unas lonchas de fiambre y me dispuse a caminar por el pueblo. No pensé que tardaría mucho porque es pequeño; pero al estar en la cima de una montaña tiene mucha pendiente.
Empecé a caminar la carretera que baja al valle del barranco desde el mirador de Miguel de Unamuno. Estaba asombrada con la belleza seca del lugar. A la izquierda solo veía casas-cueva, algunas pintadas con cal, otras tienen fachada de azulejos y otras están pintadas de mil colores. A la derecha unas vistas increíbles, de algo que no tenía ni idea de que existiera, “El Gran Cañón de las Canarias” lo llamé así porque es imponente. Me quedé tan absorta mirando el paisaje, mientras caminaba aquella carretera hacia abajo que no me di cuenta de una moto que subía a gran velocidad. Cuando me di cuenta ya era tarde para esquivarla pero quien condujera esa gran moto tenía habilidad suficiente para esquivar obstáculos a gran velocidad y en pendiente. En un primer momento sentí miedo y me quedé paralizada, luego miré hacia la moto, que seguía su camino, y le insulté: ”¡Hijo de la gran puta!”. Recuerdo que el susto fue más que cualquier otra cosa; también recuerdo el haber pensado varias veces “Si me pasa algo aquí nadie se entera”.

Seguía mi camino y descubro una especie de escaleras que sube a un piso superior en la montaña, las escaleras estaban muy mal hechas, aparte de ser muy antiguas, un escalón estaba más alto que otro, no estaban nivelados; a los 25 escalones los gemelos los tenía cargados y el sol abrasaba. Paré a la mitad de esas escaleras y estiré los gemelos, estaba alrededor de casas pero no veía a nadie. Ese día, hasta ese momento, sólo vi a dos seres humanos. A quien le compré y quien casi me atropella. Cuando me sentí mejor de la contracción de los músculos vuelvo a subir muchos más escalones pero esta vez era mucho más agradable; habían árboles frutales que me refrescaban la espalda y empezaba a notar una brisa fresca, agradable y me reanimó totalmente. Quedaba poco para terminar de subir la tan mal hecha escalera y quise hacerlo despacio, aprovechando la brisa y la sombra que me daban los árboles. Al llegar a la zona superior me encuentro con muchos guiris haciendo cola para entrar a una cueva. Saqué la botella de agua y bebí. Miré con curiosidad hacia la cueva y no conseguía saber que carajo era eso que todas esas personas querían ver. 

Me intenté acercar algo más al grupo para saber que es lo que van a visitar ahí dentro. Me mezclé con la multitud y una señora, de pelo rubio y gafas rojas, me coge del brazo y me empuja hacia la cueva. Al entrar sentí como el calor de mi cuerpo se esfumaba, me fui a una de las paredes y me quedé sentada allí, viendo como la gente entraba, caminaba alrededor de lo que parecía una virgen y se iban. Algunos sacaban fotos, otros videos; pero la mayoría se abanicaban un poco y salían por donde entraban.

Veía que la montaña estaba labrada y que habían unas especies de mini habitaciones labradas en la piedra; veía moho y me sentía estupefacta viendo los diferentes colores de la pared. Me quedé allí descansando del calor y del agobiante sol; mientras esperaba a que salieran los guiris. Me recosté en la pared y casi me quedo dormida. Una anciana pensó que estaba pidiendo limosna y me dio un billete de 5€; más bien lo dejó caer frente a mí. Enseguida reaccioné y se lo devolví pero ella siguió en su empeño y me tuve que quedar con otros tantos billetes más. Cuando ya la mayoría salió de la cueva, pude ver que era. No era más que la ermita de la virgen de la cuevita. Todo era roca, excepto el muñeco de la virgen. Colgaban don grandes helechos del techo; cosa que me sorprendió porque el moho que había podría ser claramente una buena decoración pero creo que lo raspan, lo quitan de vez en cuando. 

Cuando voy a salir oigo una voz que me dice: “No salgas aún, el sol está muy fuerte. Mejor que te quedes aquí un rato más”. Era una voz femenina, un tanto ronca. Le quise hacer caso y al darme la vuelta para mirarla a la cara descubro a una mujer rara de ver, tenía la cara regañada del calor, estaba preparándose para comer:

-¡Hola! ¿Suelen venir muchos visitantes aquí? – Sé que ella me notó, notó que me sentí un poco incómoda con la forma que tenía su cara, más bien la forma indefinida que tenía su boca. Por un momento pensé que tenía una malformación pero no, sonrió y todo se volvió diferente, mucho más armónico en su cara.

- Bastantes, sobretodo en invierno. – La chica se sienta en el suelo y saca un tupperware de la mochila y una cerveza - ¿Quieres? – Me dice invitándome a tortilla y espaguetis con tomate.

- No gracias – Le dije muy educadamente, cuando lo que quería era comer lo que fuese y hablar con quien sea. Llevo un día prácticamente sin hablar con nadie.- ¿Te importa que me siente a tu lado y comer contigo?.

-¡Claro que no muchacha! Siéntate ahí, donde tú estés más cómoda.- Me señaló toda una circunferencia que definía su alrededor; me invitaba a sentarme y comer.

- Mi nombre es Clara, ayer llegué de Madrid.

- ¿Te gusta el senderismo? ¿O se equivocaron al encontrarte alojamiento? - dijo con un tono de burla.

- Digamos que las dos cosas - hice una mueca mientras sacaba mi bocadillo de jamón; no sabía si reír a secas o a carcajadas.

- Mi nombre es Adela y suelo hacer rutas por el centro de la isla – Se me queda mirando, yo la miro, acerco mi cara a la suya para gastarle una broma - Te gusta el senderismo y seguro que quieres ir a la playa, si quieres le digo a Eva que te haga una ruta hasta Güi-güi, es una de las mejores playas que tenemos aquí. – Se mete un cacho enorme de tortilla en la boca y me sigue hablando – Es casi virgen, solo se puede ir por senderos o en barco. – Yo lucho contra mí misma para no reírme delante de ella, se le ve espabilada y muy buena persona pero no creo que esté muy bien de la cabeza.

- Adela - Estaba intrigada, ya que estaba allí quería saber todo lo que los 15 días, que he pagado, me puedan dar ¿Quién es esa Eva? ¿Es amiga tuya?

- A veces. Es la de los helicópteros.

-¿La de los helicópteros?

- Sí, trabaja en medio ambiente y a veces, en verano, sale con el helicóptero para ver si hay algún conato de incendio.

- ¿Qué te parece si terminamos de comer y me la presentas? – Se puso muy contenta y me empezó a hablar de la cueva. Me contó que la virgen María que ahí descansa es la patrona de las fundaciones folclóricas de la isla y de los ciclistas que se atreven a venir hasta aquí. “Sinceramente si en bus me costó la vida, en bicicleta no me lo quiero ni imaginar”.

Cuando Adela y yo terminamos de comer, el sol ya no quemaba tanto. Dejó de ser medio día dijo Adela y el sol ya no es tan violento. Le ayudé a cerrar las puertas de la ermita y la acompañé al restaurante la Cilla. Restaurante que está en otra cueva y tiene maravillosas vistas al “Gran Cañón de Canarias”. Me sentó en una mesa y me dijo que esperara; me trajo una jarra de cerveza bien fría y olivas con una salsa un tanto picante pero riquísima. Mientras disfrutaba de aquella cerveza me perdía en las vistas. "¿Cómo es que hayan podido vivir personas aquí arriba antes de la luz o las carreteras? Veo que es un terreno tan hostil como hermoso". Me acercaba al muro que delimitaba el mirador del restaurante, no podía dejar de mirar las paredes de ese gran cañón, esas rocas tan curiosamente erosionadas y ese cielo tan claro; ese color no lo había visto antes. Hay tanta luz aquí que la electricidad debería de estar prohibida. Cuando más absorta estoy mirando al cielo, Adela me llama:

-Clara aquí está Eva.- Espera a que yo llegue y hace las presentaciones. Me encuentro con una mujer de unos 40 años, con aspecto desaliñado, con tatuajes y piercings por todos lados, simpática, sonriente, agradable, digamos que si me fuera el rollo me la tiraría.

- ¡Buenas! ¿Cómo estás? Me ha dicho Adela que quizás te interese hacer una ruta de senderismo hacia la playa.

- Sí, me he encontrado en este pueblo precioso, pensando que mi alojamiento estaba en zona costera.- No me dejó hablar, enseguida empezó a preguntarme por el material que tenía.

- ¿Qué te parece si hacemos una ruta de dos días entre árboles y 4 de acampada? – Se nota que le gusta la naturaleza. La cara que me puso cuando me hablaba era de loca pero de esa locura que te mueve a vivir. 

Acepté, acepté sin más preguntas, sin más preámbulos, simplemente acepté. Sinceramente, hubiera aceptado cualquier cosa que me hubiera planteado. Llevo día y medio aquí y solo he conocido a una mujer simpatiquísima que me ha ayudado a conocer a otra aún más. 

– Oye, perdona por el susto de antes, es que iba con prisas y no me esperaba que estuvieras ahí.

- ¿Cómo? ¿Qué hiciste?

- Cuando bajabas caminando yo subía en moto muy rápido y casi te atropello. – En ese momento no pude reaccionar, me quedé mirando como ponía cara de “lo siento”, como si fuese un perrito a punto de ser castrado.

-No te preocupes, al menos ya sé como te llamas, como es tu moto y tu casco. La próxima vez no escapas. – Le dije haciéndole un guiño, cruzando las piernas y cogiendo uno de sus cigarros.

Nos miramos a los ojos y sonreímos. Algo me he guardado y sé que ella también, no nos hemos dicho todo. Me he dado cuenta de que somos personas con carácter y además somos viscerales. En su mirada veía algo que parecía odio pero me gustaba que me mirara de aquella manera, me hacía gracia y ella interpretaba que me estaba riendo de ella y más lo hacía. Solamente nos bebimos dos cervezas y creo que no nos sentaron bien. Comer poco, caminar mucho y soportar ese calor infernal hace que tu cuerpo soporte muy poco. Empezamos a hablar tonterías y ella quería coger la moto para irse a no sé que pueblo. Se vino a mi casa; bueno, a mi alojamiento en ese momento. Una en el sillón y la otra en la cama.


A la mañana siguiente me despierto y oigo a Eva haciendo café. Me voy al baño, me lavo la cara y al secarme me quedo mirando para mis ojos. Hay algo que ya no está, me quedo absorta buscando aquella peculiar característica que me hacía más inocente, pero, encontré a Eva detrás mío ofreciéndome una taza de café y una gran sonrisa. 


A veces, el silencio es la peor mentira - Miguel de Unamuno

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