Al levantarnos de aquella terraza
y ponernos las mochilas, Guaci lanza un suspiro que me llama la atención y
observo cómo baja la mirada en busca de la mochila, el cómo se agacha, cómo
cambia su cara por algún recuerdo, busca sobre la mesa el mechero, lo guarda en un bolsillo de se mochila, cierra el
mapa y se coloca sus gafas oscuras con una cara tan seria que parecía triste;
por un momento pensé que iba a empezar a llorar. Ella se da cuenta de mi descarada
mirada, sonríe, tensa su cuerpo y me pregunta “¿Qué?” sin parar de sonreír. Yo mostraba
una estúpida sonrisa, no pude evitar mi poca perspicacia, pero tampoco quise
ocultarla y con la voz tan suave que puedo tener le contesto “nada” y le vuelvo
a sonreír.
Ella se percató que entre nosotras emanaba una química, un sentir, una
emoción, o lo que fuera, que sólo me afectaba a mí. Noté que se sonrojaba y en
un pequeño tartamudeo, suave y en un tono muy bajo dijo: “Vamos anda”. Ella
empezó a andar, cruzamos un paso de peatones y se fijó que estaba muy adelantada,
fue entonces cuando paró, dio media vuelta y me escaneó, de arriba hacia abajo
y viceversa. Sonrió y me esperó para ir al mismo ritmo.
Caminamos durante una hora casi sin comunicación, sólo nos comunicábamos lo bonito que es el lugar, el cuidado que había
que tener con algunas plantas y ella siempre trataba el tema desde un punto de
vista muy patriótico. Nadie hacía nada bien. Políticos, activistas, turistas, senderistas,
oriundos y hasta las personas encargadas de cuidar toda la flora y fauna de la
isla lo hacían mal:
-¿Ves esas pajas marrones que
tienen algo parecido a pelos? Se le llama rabo de gato y desde hace años estamos
intentando quitarlo y es muy chungo porque no hay manera de que deje de crecer
y encima las medidas son insuficientes porque no se preocupan en hacer el
trabajo como decimos los técnicos que funcionan…
-¿Ves las tuneras? Bueno creo que
ustedes les dicen las chumberas ¿No? pues tampoco son de aquí y me revienta
porque si se cae un tuno o una hoja ya es en poco tiempo otra tunera…
Ella seguía con su monólogo, me
imagino que estaría echando lastre. No era muy experta en temas emocionales
pero creí captarla en cuanto nos levantamos de la terraza donde habíamos
comido. Tanto ella como yo arrastrábamos miedos, inseguridades y malestares sin
concluir, sin aflorar y lo peor, yo estaba dándome cuenta pero ella no.
Después de las dos primeras horas
donde caminábamos por una carretera y ella no podía parar de soltar lastre,
decido cortar su monólogo para hacerle entender que un descanso me vendría muy
bien. Al principio parece que no me escucha y le vuelvo a repetir:
-¡Oye! Por favor, vamos a parar
por algún lado que empiezo a necesitarlo.- Estaba empezando a irritarme; el que
no me escuchen y el no obtener respuesta de una petición, o comentario, me pone
de muy mal humor.
-¡Sí cariño, sí! Te he escuchado,
pero estamos llegando al sitio ideal. - ¿Y este amor ahora? Que cariñosa se ha
vuelto al soltar tanto por la boca.
- ¿Me has llamado cariño? – estaba
sorprendida y no pude evitar comentarlo. No habíamos parado de caminar y ella
en ningún momento me miró pero sí sonrió ante la pregunta.
-¿Qué te parece ahí? – Señala a
una parte de la carretera. Ella decía de salir de la carretera para descansar y
restaurarnos; pero a los lados de esa carretera se ubican sendos barrancos, dos
vistas hermosas para no perdernos las maravillas de esta isla ni al descansar. Tuvo un gesto muy bonito al
ayudarme a soltar la mochila. En el lado izquierdo del camino se podía intuir
un sendero que lleva a Tamadaba y además había una cueva pequeñita con una
puerta de hierro forjado que me causaba tanta gracia cómo curiosidad.
Guaci preparó un sitio cómodo
donde sentarnos; no quiso que estuviera incómoda en ningún momento y se lo tomó
bastante enserio. Mientras me deleitaba con las vistas, ella preparaba el suelo
para sentarnos tranquilas y cómodas. Cuando aprovecho para estirar la espalda
noto que una voz detrás de mí me llama: “Clara, mi niña ven a comer”. Otra
muestra de cariño que no me esperaba y me resultó muy bonita.
-¿Siempre eres así de cariñosa con
todo el mundo? – Miraba fijamente a sus ojos mientras me sentaba.
-No soy cariñosa, es el habla que
tenemos aquí. Aquí siempre decimos: mi niño. Por ejemplo – hizo una pausa para
pensar, mientras le quitábamos el papel de plata a los bocadillos.- ¡Chacha!
Cómete ese bocadillo, mi niña.- En ese momento no sabía si reír o no – Chacha o
chacho es el diminutivo de muchacha o muchacho.
-¿Me acabas de decir que me coma
el bocadillo y no pregunte? – Yo estaba
muy seria, quise hacer una broma para probar su sentido del humor. Ella se echó
a reír y haciendo gestos con las manos me dijo “Tú siempre puedes hacer lo que
quieras mi niña. Que nadie te diga lo que tienes que hacer o lo que no.” Me
guiña un ojo, yo le sonrío, bebemos cocacola y devora su segundo bocadillo del
día. Creo que es la única persona que ha esperado a comer conmigo y antes de
que yo pruebe el tercer bocado ya está haciendo la digestión. Sencillamente
espectacular.
Después de que yo terminara de
comer, me doy cuenta de que ésta chavala se levanta, estira la espalda y va por
un sendero del barranco hacia abajo, no me dice nada y yo me quedo sola. El sol
empezaba a colocarse justo encima de mi cabeza. El calor apretaba con fuerza y
buscaba desesperada sombra para las mochilas y para mí. Habían muchos pinos
pero sombra muy poca, así que escondí las mochilas y me fui a buscar a Guaci.
Cuál fue mi sorpresa que al caminar por ese sendero me doy cuenta de que estoy
caminando por una especie de paseo hecho de piedras y que se estaba
derrumbando, de hecho, me paré en seco porque el siguiente tramo de paseo
estaba a unos dos metros. Me asusté, no veía a Guaci por ningún lado y el
caminito chiquito éste me ponía nerviosa. Casi temblando pude levantar un poco
la voz y decir en alto “¡Guaci!”, no obtenía respuesta así que otra vez dije un
poco más fuerte “¡Guaci! ¿Estás ahí?” y a los 20 segundos entré en pánico.
Guaci no aparecía y la posición fetal me parecía súper segura. Estando en
cuclillas y tapándome la cara noto como algo intenta subir por mi muslo derecho.
Tengo que dar gracias a quien sea porque miré antes de gritar. Resulta que fue
al baño, a hacer sus necesidades y su intimidad es tan importante que no me
dice que se va por ahí y que va a hacer caca. Estaba escondida bajo ese paseo y
no me podía contestar, me imagino que por el esfuerzo. Bueno, que quería subir
al paseo de piedras y al verme me tocaba para saber que me pasaba:
-¿Clara? ¿Qué
te ocurre mi niña? – Les aseguro que no la oí, solo noté sus manos frías en mi
muslo y la cara que le tuve que poner fue de espanto porque le tocó
tranquilizarme, y ahí sí que me empezó a dar cariño del de verdad.
El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura - Miguel de Unamuno |
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