En el 4º día, empecé a darme
cuenta de que estoy cambiando. Aquel maravilloso error me ha hecho sentirme
bien conmigo misma. No tengo tiempo de acordarme de lo que tengo, o no, en
Madrid y cuando lo hago, sólo echo en falta las noches con Raquel. El no
sentirme sola, saber que alguien te quiere y se preocupa por mí, tener a
alguien que me espere y a quien esperar.
Me sonrojaba porque no entendía
que pudiera echar tanto en falta a una amiga, una amiga que para mí era mucho
más y no me daba cuenta. Las veces que hablábamos y no paraba de abrazarla o de
acariciarle el pelo. Lo veía tan natural que no era capaz de darme cuenta de
que Raquel se sentía incómoda y que Jorge se sentía desplazado por mi
comportamiento. Él empezó a llamarla Patricia, nunca supe el por qué le cambió
el nombre; pero estaba claro que la complicidad había crecido muchísimo entre
ellos. Cuando llegó la hora de romper, aclarar y volver a crear, no hizo falta
que me dijeran nada. Es cierto que trataron de ser muy sinceros y cautelosos
conmigo. No dudaba de su amor y fraternidad hacia mí pero el darme cuenta de
que quizá mi amor a mi amiga no era solo fraternal y que desatendía a mi pareja
me hacía sentir vergüenza hacia ellos. Estaba segura de que era la evolución
personal y el descubrir cosas de nosotros mismos y es que en esa época me
sentía tan tonta como indefensa.
Estábamos preparadas para empezar
a caminar hacia esa playa con ese nombre tan extraño. Habíamos quedado a las 8:00
de la mañana justo en la plaza de San Matías. Claro está que llegó media hora
tarde, corriendo y exhalada. Desde 10 metros antes de llegar a mi ya me estaba
pidiendo perdón:
-¡Mi niña! Perdóname pero tengo
que salir, hay un conato de incendio en Tejeda – Señalando al barranco que mira
pasivamente Unamuno – Si quieres puedes esperar a que lo tengamos extinto y voy
contigo – Mi cara y la suya era de pena. Ella sabía que tenía tiempo limitado
para ver toda la isla y poquísimo tiempo para relajarme en la costa – Mira, no
esperes por mí. Mi amiga Guaci te lleva, ella es una experta en senderos y ese tramo lo hace perfectamente. Cuando
vuelvas tendremos tiempo de compartir experiencias y si quieres, alguna sugerencia.
No me ha dejado hablar en ningún
momento, se ve que quiere que esté bien. Se aleja de mí con el teléfono pegado
a la oreja, hablando con una tal Guaci “¿Qué
es Guaci?” A los pocos minutos, yo
seguía esperando mi turno de palabra, pero ella seguía sin dejarme hablar.
-Ven conmigo, voy a presentarte a
Guaci – Me posa su mano derecha en mi hombro derecho y me lleva casi al trote a
una de las casas de la bajada en la que casi me atropella, ahora mismo no
recuerdo cual era; todo fue hermoso:
Al entrar en aquella casa me sentí
como si estuviera en el cielo. Todo era blanco, olía a algún tipo de hierba que
nunca supe descifrar, no habían casi muebles y todo estaba lleno de mapas,
cartas navales y fotos de paisajes.
Veo aparecer a una mujer morena,
pelo largo rizado, ojos negros, avellanados, nariz respingona y pequeña, boca
prominente con sonrisa brillante, simpática, agradable, segura de sí misma
tanto como cada amanecer ¿y que decir
después de esta descripción? Me eclipsó.
-¡Buenos días! Soy Guacimara – Me saludaba
sonriente, con mesura, con un tono de voz cálido, cariñoso y a la vez contuvo
la distancia del momento con un apretón de manos.
-¡Buenos días! Yo soy Clara – Le dije
intentando sonreír solo para ella, no había notado que Eva se había ido y
parece que eso de soltarnos las manos no estaba en el plan.
- Sé quien eres, Eva me ha hablado
de ti. Dime una cosa ¿Te gusta el pescado y el marisco?
-Sí – Realmente no la había
escuchado, tan sólo escuché las dos primeras palabras y respondí espontáneamente.
-¡Genial! Porque así nos podemos
ahorrar peso, llevarnos una caña preparada y una percha y tendremos para comer
cuando lleguemos a la playa. ¿Te parece bien?
-Si me estás hablando de pescar
cuando estemos en la playa, sí. – Al ver mi cara de asombro rió y poniéndome
una mano en el hombro me dijo algo así como:”
Vamos a tener que enseñarte canario” Me guiñó un ojo, se colocó una gran
mochila a la espalda y salimos de allí; del cielo.
Yo pensaba que íbamos a empezar
la ruta, pero vi como se sentaba en una cafetería y me pregunta: ¿Que vas a querer para desayunar?
-Yo ya desayuné.- Le contesté algo enfadada, empecé a pensar que no nos íbamos a mover de allí, mi impaciencia apareció.
-No sabemos cuando vamos a volver
a comer hoy. Realmente conmigo no se sabe. Te recomiendo que desayunes bastante
y te pidas algo para llevar. Yo me voy a comer un bocadillo vuelta y vuelta y
otro para llevar con queso, tomate y allí olly.
-¿Qué es eso de vuelta y vuelta?
¿Es carne o pescado?
- Es ternera a la plancha, es como
un pepito.
-¿Por qué no me dices pepito
directamente? - La mala baba que me gasto salió en ese momento. No me gusta no entender y mucho menos hablando el español.
-Es la palabra que me salió,
tampoco hay problema que aprendas un poco de como se habla en el sitio donde
estás, creo. – con esa sonrisa no hay quien le discuta nada y si encima me
vuelve a guiñar el ojo y se da la media vuelta, para luego, traerme un pepito,
una cocacola y otro pepito más para llevar, ¿Qué le iba a decir? Pues nada, así
de sumisa sigo siendo con ella hoy en día.
Se comió el bocadillo antes de que
pudiera oler yo el mío. Se puso a beber la cocacola y a mirar el mapa donde
tenía trazados varias rutas. Me hacía preguntas sobre mi preparación física,
descartaba o retomaba rutas en consideración a mis respuestas.
Todo indicaba que le gustaba la
aventura y al verle pasar su lengua por uno de sus colmillos me hizo pensar en
que esta ruta estará llena de aventuras, desafíos y peligros.
Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da - Miguel Unamuno |
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