En la luna de Tejeda (Cap. 7)

El sol aún no había coronado el horizonte y Guaci ya estaba despierta:

-¡Arriba perezosa! Mira que buen día nos regala la naturaleza – Abrí el ojo derecho, no pude abrir el izquierdo, a gatas saqué mi cabeza de la tienda de campaña y la vi sonriente, notaba como la luz la acariciaba poco a poco, a medida que se iluminaba el momento del amanecer.

-¡Buenos días! ¿Por qué tan temprano? No son ni las 7

- Ayer estuvimos muy pachorrúas – Me miró y vio mi cara de no entender nada, se rio y me aclaró lo que estaba diciendo – Perdona, te quería decir que ayer hicimos un recorrido corto en mucho tiempo, fuimos muy lentas y pudiendo hacer noche en La Aldea, que es un pueblo cerca, la hicimos aquí.

-¿Por qué la hicimos aquí entonces? ¿A cuánto está ese pueblo?

- Quería que vieras el atardecer y el amanecer desde aquí. Pensé que te gustaría.

Nos miramos y sonreímos pero algo pasó que mi mirada se volvió a quedar clavada en la suya. Ella lejos de esquivarla se quedó abstraída en mi mirada, en ese momento me pregunté en que pensaba, que era lo que mi mirada le regalaba que tanto pasmaba a esa mujer sonriente, llena de luz que me obsequiaba cada día y desde el primer minuto de lo mejor que puede tener y ser cada individuo humano. Me di cuenta tarde, yo también caí en ese agujero negro del sentirte bien cuando estás con alguien; pasé de estar a gatas a recostarme hacia un lado, apoyando mi cabeza en mi mano izquierda. Ella se dirigió a mí, se agachó y se sentó a mi lado, mirando el mar. Yo puse mi cabeza en su regazo y ella empezó a acariciar mi pelo. Me estaba quedando dormida pero su olor me embriagaba. No lo podía creer, llevábamos un día sin ducharnos y ella olía maravillosamente bien. Tenía las manos limpias y a mi me daba vergüenza que se acercara a mi; ella disfrutaba de mi pelo, de mi presencia y del calor del sol. Cuando el cielo entero fue azul, se dio prisa en levantarme para recoger la caseta y comer algo.

-¿Qué desayunaremos hoy? La verdad es que me he levantado con hambre, bueno con ganas de comer.

-¿Te gusta el atún y el millo?

-¿Millo? ¿Eso qué es? ¿Es una especie de grano?

- Maíz dulce – Parecía que no le hacía gracia el cerrar y recoger la tienda de campaña ella sola pero yo me tenía que ir al baño y si me quedaba a ayudarla me meaba encima.

Quise esconderme de ella, la verdad que no me gustaba nada de que me viera en esa posición el segundo día de conocernos y mucho menos si rompemos el momento tan bonito que estamos viviendo. Decidí esconderme detrás de unas piedras pero no podía orinar. Estaba en una especie de escampado y creía que alguien me estaba viendo desde cualquier lado. Estaba intranquila y de esa manera no podía orinar. Estaba detrás de una piedra, con los pantalones y las bragas a la altura de la rodilla y yo en cuclillas haciendo el ruidito que imita el agua al caer o al salir de la llave del agua. Tardé varios minutos en tranquilizarme y empezar a orinar, tanto me relajé que, si mal no recuerdo, que alguna ventosidad se me escapó y cuando más tranquila estaba se oye a Guaci decir “No tires el papel por ahí, ponlo en esta bolsa y lo tiramos en La Aldea cuando lleguemos” por un momento me puse algo tensa pero no paré de hacer lo que estaba haciendo. Cogí la bolsa que ella me dio, esta vez ella no sonreía, y seguí con lo mío. Al alejarse me gritó algo así como “¡…Y entierra lo que estás echando!” No pude controlar mi risa y oyó mis carcajadas.

Cuando llegué a donde estábamos hizo que me lavara las manos, me dio un sándwich, un zumo y brindamos con los tetrabriks de zumo de mango muy dulce. El emparedado estaba riquísimo,  no había probado antes la mezcla esa de atún, maíz dulce y mahonesa, jamás pensé que una mezcla tan simple y con elementos tan dispares fuera a gustarme tanto. Realmente lo que me gustó de esa comida fue la mano que me la dio, la he probado después de aquello y no me gustó tanto como ese día.


-¿Bien? ¿Quieres algún sándwich más, fruta, gofio?

-Me hace ilusión otro emparedado de esos tan ricos, lo de gofio no sé lo que es y mucha ilusión no me hace la verdad.

-Gofio es harina tostada. Originalmente se consumía la de trigo, luego se empezó a hacer con millo, maíz. Con maíz es más pesado y depende del tueste me crea ácido de estómago. – Me contaba todo aquello del gofio mientras me preparaba el bocadillo. No parecía nerviosa y me recitaba toda aquella información como si le estuviera contando un cuento a una niña pequeña. Lo más asombroso es que me encantaba y no me ofendía.- Se suele tomar con leche y si es con leche de cabra mucho mejor.

-¿Es desde antes de que los españoles llegaran aquí? – Me pasa el bocadillo- ¡Gracias!

-Sí, los aborígenes canarios molían el trigo y la cebada con piedras redondas y las tostaban en vasijas de barro. ¿Te resulta interesante lo que te estoy contando?- Le da una mordida al emparedado – Es que parece que te estoy aburriendo con las historias que te cuento. Ayer estuviste muy callada.

-Es que realmente la botánica no me gusta, me gusta más tu entusiasmo al contarme lo que quieras antes que la botánica. – Vi como se le dibujaba una sonrisa de medio lado en su cara y como sus mejillas entornaban un color rosa en esa piel morena.- Por eso estaba tan callada, prefiero observar como transmites a aprender de botánica. Me encanta pasear por la naturaleza, notar el aire fresco de las hojas y ramas pero soy totalmente incapaz de diferenciar un ficus de un ciprés.

-¿Has ido alguna vez a un cementerio?

-Hace mucho de eso – hablábamos mientras comíamos. Era muy gracioso el ver quien era más rápida en taparse la boca para no escupir a la de enfrente.

-Normalmente rodean los cementerios con cipreses y los ficus pueden ser árboles, arbustos, plantas trepadoras.

- Que no me hables de plantas, ni flora, cansina – Ella se reía, casi se atraganta con el sándwich pero le di unas palmadas en la espalda y se reía aún más.- Háblame más de los aborígenes por favor. ¿Tu nombre es aborigen?

-Sí, mi nombre completo es Guacimara. Princesa guanche de Anaga, en Tenerife.

- ¿Los guanches eran otra tribu?

- Eran los aborígenes de la isla de Tenerife. En los 60 hubo un crecimiento del sentimiento independentista, se inventaron muchas cosas y entre ellas que los aborígenes de Gran Canaria eran guanches, para acrecentar el sentimiento de unidad.

- Espera, espera ¿Me estás diciendo que hasta en Las Canarias hay independentismo?

- ¡Así es! Hay mucha gente que, si no todos, que estamos hartos de la política española e incluso hay mucho peninsular - haciendo un inciso "Goda me llamaron a mi" - Sí, hay tres tipos de personas que vienen de península y su clasificación varía según su prepotencia.

- Cuéntame a ver que tal son esas etiquetas. 

- Está el peninsular, que es una persona normal que vive en la península Ibérica. Luego está el godo, que es aquel que todo le parece mal y siempre se está quejando; y por último está el "godomielda", que es aquel que no solo se queja, si no que además nos insulta y quiere que el estado español haga con Canarias lo mismo que con el Sahara.

-No todos los peninsulares somos así. Yo no me considero una goda.

-¡Claro que no! Tú eres Clara.  

Contra los valores afectivos no valen razones, porque las razones no son nada más que razones, es decir, ni siquiera verdad. - M. de Unamuno


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