No le quitaba ojo de encima a Guaci, aunque
parecía que había mejorado estamos en mitad de ningún lado, había llevado su
cuerpo al límite y la diabetes no es moco de pavo. Se veía feliz pero yo sabía
que estaba débil.
Caminábamos por el pedregal que llegaba a la playa,
al llegar a su orilla me maravillé de su agua cristalina, si no se estuviera moviendo
el agua hubiera pensado que no había, solo se veía piedras redondas, arena
negra, peces plateados, negros y azules, amarillos y verdes, grises alargados y
en bancos de un número incontable de ellos que bien podrían nadar alrededor de
mis pies. A lo lejos veo algo que quizás puede ser una ballena o mi propio
cansancio y mi mente maravillada de tanto magnífico océano. Un
maravilla sin igual.
Cuando vuelvo a mi realidad veo a
Guaci que no para y sigue caminando, recorría la orilla, sin tocar el agua,
cabizbaja y con premura:
-¿Dónde vas? ¿No es mejor que nos
quedemos por aquí y descanses? – Le hablaba en tono alto mientras me dirigía
hacia ella. Podía intuir algo de lo que me contestaba pero no lograba
entenderla, entonces me acerqué dando zancadas y con mi cabeza al lado de la
suya le pregunté – No te oigo ¿Me lo repites?
-No, vamos hacia el otro lado, que
la marea está baja y allí coger un gran sitio que hay arena, es cómoda y es una
zona más tranquila. – Levantó la cara, me miró e intentó sonreír, me quitó la
mochila menos pesada y me volvió a mirar – Nos sentamos, comemos y preparamos
la caseta, el toldo, hacemos un agujero en el suelo y recogemos paja de arriba,
del barranco ¿Vale?
Yo asentí, pero no la entendí. Me
hablaba súper bajito y habían palabras que, de no usarlas a menudo no sabía que
era lo que me decía pero sí sabía lo que tenía que hacer.
1)
Refugio.
2)
Fuego.
3)
Bebida y comida.
4)
Pesco.
Por ese orden me enseñaron a mí en
los scouts, eso sí, en la sierra madrileña hay árboles y leña aquí tendré que
rebuscar.
¡Qué pena que las piedras no prendan!
Llegamos a la otra parte del
acantilado y allí estaba una playa hermosa con pared marrón totalmente vertical,
donde se vislumbraba ese océano maravilloso con la isla de Tenerife justo en
frente. Guaci soltó una mochila y empezó a sacar sábanas y mantas. Yo reaccioné sacando la caseta de campaña y abriéndola
en el aire. Me encantan estas tiendas Quechua que en 3’’ las tienes listas.
Sacaba unas especies de varillas y las clavaba en la arena, a los lados de la
caseta. Ataba las sábanas a las varilla y la clavaba en la pared con los
tiravientos. Afianzábamos las varillas con piedras alrededor y limpiábamos las
mochilas para meterlas dentro de la tienda de campaña. Guaci se empezaba a
impacientar, quería comer a toda costa. Me acuerdo de que la calmé, la senté
dentro de la caseta, le abrí una lata de fruta e almíbar y salí a buscar ramas
secas. Antes de irme le di un beso. No sé por qué se lo di pero me pareció tan
natural besar su boca y necesario. Era la primera vez que me separaba de ella
en dos días y estaba preocupada por ella. Su cara fue de sorpresa y sorpresa de
la buena. Los coloretes no estaban fingidos y el brillo de sus ojos era
maravilloso. Subí a la ladera por donde mismo bajé y a la derecha encontré un
sendero. El sendero estaba delimitado por cañas secas y rastrojos. Empecé a recoger
“pajullos”, como dice Guaci, y cuando tuve una gran cantidad escuché una voz de
un hombre extranjero:
-¿Necesitas ayuda? – Al sentir esa
voz, ese acento de guiri en medio de ningún lado me asusté. Tuve miedo de mirar
hacia atrás y me quedé muy tensa. Agarré una caña que estaba suelta por allí y
me di la vuelta. Al verlo se fueron todos los miedos y males. Me encontré con
un señor de unos 50 años, rubio de pelo largo, sin camiseta, en pantalón
vaquero corto, gafas de sol y un bigote rubio anaranjado estaba sonriendo, con
los brazos en jarra y me volvió a preguntar - ¿Ti ayudou?.
- Sí por favor. Voy a hacer fuego
con una amiga en la playa.- Cuando el señor se acercó a mí y supe que hacía
tiempo que no se bañaba.
- ¿Necesitan agua para shower? –
Nos mirábamos y sonreíamos, era muy extraño eso de que alguien que no te conoce
de nada te ayude y encima te sigue preguntando si necesitas algo más.
- Por ahora no creo, gracias.
-¿Es la primera vez que tú vienes
a Guguy? – No lo entendí nada y mi cara se tuvo que poner rara, con un rictus
arrugado, con cejas casi juntas del fruncimiento – Ya veo que sí. Yo soy Jacob
vivo ahí al lado y doy cobijo a los que vienen a pasar tiempo a la playa.
Jacob no paraba de reír, cargó
bastante más rastrojos que yo y además troncos secos de madera que no había
visto. Estuvo todo el camino sonriendo, lo notaba desconcertado y a la vez
bastante sonrojado.
-¿Has venido tu sola? No he visto
ningún barco venir a dejar gente.
-He venido con una amiga de aquí,
ella se sabe el camino.
-¿Su nombre? ¿Cómo se llama su
amiga?
- Guaci.
-¡Oh! ¿La morena está aquí?
Pues así era, no me lo creía.
Aquel señor anacoreta conocía a Guaci y en cuanto supo que ella estaba allí
apresuró el paso y menos mal, jamás pensé que hubiera gente que caminara más
lento que algunos canarios. En ese preciso momento me di cuenta de que tengo que
viajar más.
Cuando llegamos al refugio vemos a
Guaci colocando las cañas de pescar. Lanzaba los anzuelos a lo lejos y clavaba
la caña en el suelo, así solo al ver la inclinación sabíamos si habían picado
mientras hacíamos otras cosas. Cuando nos acercamos a ella, Jacob suelta todo
lo que traía, lo tira al suelo y va corriendo a abrazar a Guaci. Solamente
pensaba en lo mal que lo tendría que estar pasando; ella que huele tan bien
siempre y él que apestaba a semanas sin jabón. Su saludo fue breve pero muy
intenso, no paraba de mirar hacia mí y hacia ella, creo que tuvo la delicadeza
de no preguntarle por Eva pero algo pensó y no mostró, por lo menos de forma
voluntaria.
Cuando él se despidió con la mano,
yo estaba haciendo un pequeño hoyo la lado de la tienda de campaña. Coloqué
algunos troncos gordos de los que había traído él y los puse primero luego los
llene de cañas secas y rastrojos. Cogí un papel de lavarme la boca que aún
tenía en el bolsillo de mi pantalón, y con un mechero blanco que Guaci me dejó,
lo prendí. Lo dejé en el fondo del hoyo y aquello empezó a prender, tenía la
extraña esperanza de que tardara en prender los rastrojos pero se quemaron
enseguida, confiaba en que la caña aguantara un poco más y así fue, nos costó
mantener la hoguera cosa necesaria y no solo para cocinar, también para
mantener los mosquitos a raya.
Al conseguir que el fuego empiece
a quemar la madera, me puse muy contenta y llamé a Guaci. Me levanté deprisa y
al girarme vi venir a Guaci con dos peces rojos, gordos; me decía algo así cómo:
“Aquí tenemos nuestra cena y desayuno” y reía siempre reía. Al llegar a mi lado se sentó, cogió una caña de las que yo
había traído, la partió por la mitad y empaló cada uno de los, ya, pescados:
-Ese pescado no lo he visto yo en
Madrid ¿Cómo se llama?
-Aquí lo llamamos vieja.
-¿Y está buena la vieja esa?
-Mejor la pruebas, creo yo. – Me miraba
fijamente a los ojos, moviendo su ceja derecha.
El sol se estaba empezando a
esconder y la luz con él. No sé como fue, ni cómo ese momento surgió. Me abalancé
sobre ella, a besarla, a acariciarla y mimarla. Ella aceptó mis besos y se dejó
mimar, dejó que la amara, no sin antes volver a la realidad y poner las viejas
en el tenue fuego que había conseguido minutos antes.
¿Quién iba a pensar dos semanas
antes que iba a estar en una playa semi virgen, asando pescado recién cogido
del océano atlántico y besando a una mujer? Yo no lo pensé.
Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir. - M. de Unamuno |
Me gusta mucho tus escritos y esa analogía de la diabetes con moco de pavo. No la entendí mucho pero me gusto porque me hace reir.
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