En la luna de Tejeda (Cap. 10)

Sudorosas, húmedas, exhaustas, con la mirada fija en nuestras pupilas, mirando nuestras reacciones faciales, aprendiendo que nos gusta y que adoramos de lo que nuestras extremidades, las cuales tenían vida propia, construían en nuestro cuerpos. Nos comunicábamos con gestos, miradas, con calor, con olor, con sabor con cinco y más sentidos que me hicieron descubrir esa misma noche.

Esa noche entendí que Guaci no quiere grandes personas pensantes, no quiere lujos y para ella el tiempo es lujo, no quiere obligaciones, ni promesas que obliguen a ser cumplidas, no quiere educación que te diga el camino por el que tienes que seguir, tampoco quiere estereotipos donde escoges a personas que crees que encajan contigo o no, dependiendo de su físico y de lo que quieren aparentar. Ella solo quiere honestidad, lealtad, quiere una persona que sea amiga, amante, compinche, camarada, que se quede cuando se quiera quedar  y se vaya cuando se quiera ir, que así cuando quiera regresar es ella quien le abre o no la puerta. Ella es dueña de su vida, ella es dueña de lo que le influye, es realmente conocedora de lo que usa para estimularse, motivarse e ilusionarse pero también sabe los pros y contras de eso. Ella no quiere a una persona encerrada en casa, ella quiere a una persona encerrada en su mente. Que la haga disfrutar, evolucionar; partícipe de cada intelecto con su lado tierno, amoroso, sádico y pervertido que la mueven a vivir. No teme, sólo le tiene miedo al estar estancada, al ser anulada. Quiere ser válida y quiere aprender por ella misma; por eso no dice nada cuando se siente mal, por eso no cuenta su estado cuando se olvida de su medicina. Ella todo lo puede sola. 
                       
                        Empezamos aquella noche a hacer el amor y 3 años después lo seguimos haciendo. No hay mirada, roce, olor o sabor que no nos haga parar de disfrutar de nosotras, de recordarnos e inventar y eso es el enganche mental que nos une.  

Esa madrugada, nos entró ganas de comer y nos acordamos de aquellos pescados que pusimos al tenue y naranja fuego que nos daba aún más calor del que prevenimos. Nos terminamos de desnudar e intentamos colgar nuestra ropa para que se seque y se ventile. Comimos parte de un pescado riquísimo, seco por el tiempo que pasó sobre el fuego pero sabroso, sólo se quemó una parte del animal:

-¡Nena! ¿Cuál es tu secreto? – Le dije intrigada, mirándola fijamente a los ojos, esperando su respuesta y comiendo muy lentamente un trozo de vieja que tenía en mi mano.

-¿Secreto de qué mi niña? -  Me observaba con mirada ingenua, sonrisa infalible y un beso suave, casi eterno en mi mejilla. Levanta una ceja y me vuelve a preguntar con ese sonido onomatopéyico “uju”.

- ¿Cómo es posible que después de una caminata de dos días, montar un campamento, abrazar a un anacoreta que no le gusta el jabón, asar pescado y hacer el amor sigas oliendo tan bien? – Pasé mi lengua por mis labios, provocando ese momento en el que ella quiera aún más de mí. Que siempre tenga ganas de mí, seducirla era algo tan natural como querer acariciarla y morderla, creando amor y dolor para que pase lo que pase me recuerde siempre. Veo entonces como ella se sonroja, coge pescado, me vuelve a mirar mientras come, se levanta y caminando al mar me dice: “Ven y te demuestro a que huelo.”

La luna brillaba, el mar estaba en calma y no había ni una luz en el cielo. Luna nueva, estrellas por doquier, veíamos nuestro campamento gracias a la hoguera y nuestros cuerpos gracias a la química que nos atraía y hacía que nuestras retinas reflectaran ese brillo que expresaban nuestros ojos al pensarnos, al vernos y ahí, en otra dimensión y saber donde estamos supe que esa iba a ser la mejor noche de mi vida.
Nos metimos poco a poco en el agua, no veía nada. Guaci se tiró de cabeza y me animaba a hacerlo pero entre el frío y el miedo de verlo todo negro me paralizaban aunque no tanto como no ir hacia ella. En medio de esa agua, con miles de animales nadando a nuestro alrededor, con la oscuridad de testigo y los elementos de colaboradores Guaci hizo que me relajara tanto como para quedarme tan calmada. Semidormida, con mi cabeza en su pecho, mis manos en su cuello y las suyas en mis pechos y cara. La marea nos acercaba a la orilla, meciéndonos, cómo si todos los dioses de todas las religiones se pudieran de acuerdo en que nuestra plenitud está en amarnos. Ella se recostó a mi lado para así aprovechar el descanso que nos proporcionaba el agua del mar (fría, nutritiva, llena de vida), la suave brisa, el aroma salado y nuestros bálsamos que volverían a comenzar a fluir, como fluímos nosotras en nuestra intimidad. Al cabo de un buen rato, un ligero cambio de tonalidad en el cielo me despierta y la descubro acurrucada en mi pecho, abrazada a mi cuello y con media cara cubierta de arena. Veía como se iluminaba su rostro poco a poco. Estaba viendo el amanecer en su cara. Cuando ella nota la claridad, despierta, me ve y sonríe. Somnolienta se revuelve y me besa. Nos abrazamos y reímos, el agua nos calma y a la vez nos aviva pero su mirada no se desviaba de la mía. Supe enseguida que esa iba a ser la mañana inolvidable que marcaría el final de una de mis vidas y el principio de otra totalmente diferente.


Quién diga que vida solo hay una es porque no ha descubierto algo trascendental en su vida, cómo el que podemos cambiar, podemos cambiarla.

El progreso consiste en el cambio. - M. de Unamuno


Comentarios