Perdí la consciencia durante algún
tiempo. Me desperté con el sonido de un helicóptero. Guaci había recobrado el
color de su cara pero seguía sin consciencia. Me levanté a duras penas y salí
de la casa tambaleante buscando a aquel trasto y pedir ayuda. Seguía oyendo un
ruido de aspas pero no veía al trasto por ningún lado. No paraba de mirar al
cielo, por encima de aquellas laderas, al horizonte y seguía sin ver nada, el
sonido se alejaba y yo perdía la esperanza de salvarla, salvarnos, de vivir la
oportunidad de amarnos hasta que queramos nosotras, no hasta que el azar desee.
Caí hacia atrás, perdí el
equilibrio de tanto mirar hacia arriba. No había comido nada, el calor apretaba
y había perdido bastante sangre. Mi tobillo estaba bastante hinchado y no lo
sentía. Tirada entre las rocas miraba el cielo y todo empezaba a darme vueltas.
No había nubes, no sabía diferenciar lo que veía de lo que imaginaba. Mi cuerpo
levitaba y la cabeza me pesaba mucho más de lo que mis cervicales podían
aguantar. Mientras caía entre esas pequeñas piedras puntiagudas recordaba a
Guaci aquella mañana en su casa donde me saludó, cuando sonrió e iluminó cada
rincón de aquella casa y de mi mente, cuando me hizo pasar un miedo atroz a la
soledad al esconderse para tener intimidad e ir al baño, me acordaba de cada
vez que me daba algo para comer y al dármelo me acariciaba dulcemente la mano;
su risa, su alegría, su orgullo, su saber estar, su sentido del humor, su amor,
su furor, su fulgor, su suavidad y tacto, todo eso pasó por mi mente mientras
volvía a perder el conocimiento.
Era una
niña, vivía en un mundo entre tinieblas. Alguien me encuentra sucia, sola,
asustada y escondida detrás de un depósito de basuras pero lejos de mostrarse,
decide jugar conmigo al escondite. Sólo veo una sombra, con cola larga y
delgada. Me divierto con esa sombra, empecé a perder el miedo a la soledad, a
la oscuridad y al mal que me rodea, siendo yo la moneda de cambio en aquel
mundo tan oscuro. La sombra juega tanto
y tan bien conmigo que no me doy cuenta de que unas personas adultas me atrapan
por mi espalda y me llevan en un coche donde esconden a otras personas como yo.
Me tapan la boca, me ponen esposas y me tapan los ojos. De repente se oye una
voz; una voz femenina que nos anima a luchar: “No somos críos, no somos
ancianos, no somos mujeres, ni negros, ni maricones… ¡somos personas! Somos
responsables de lo que hacemos y de lo que no así que luchemos hasta el final,
de lo contrario seremos esclavos y cómplices de nuestra desgracia. Era la voz
de Guaci.
Me
desperté con el estruendo de un helicóptero amarillo que volaba muy bajo, yo
solo pude levantar una mano. Vi como bajaban de él un equipo entero de rescate,
mientras yo saqué fuerzas para volver a la casa como pude y despertar a Guaci. Ella no despertaba y mis
gritos apagaban el ruido de las aspas de la máquina voladora que esperaba por nosotras.
Cogí a Guaci y la saqué de allí, no podía sujetar su cabeza, tampoco podía
caminar bien tres pasos seguidos. Enseguida llegaron a mí, cogieron a Guaci y
la montaron en una camilla que colgaba de unas cuerdas conectadas al
helicóptero. Yo perdí la visión y caí de rodillas, poco a poco fui perdiendo
los sentidos hasta que me subieron al helicóptero.
Oyendo a
los técnicos sanitarios hablar, mi boca empezó a balbucear: ”Tiene una especie
de anémia aplásica”. Ellos me contestaron que lo sabían. Quise estar a su lado
y ellos no me dejaron pero tan lejos no estaba y le cogí la mano. Volvía a estar
caliente y vi como su boca me mostró una nueva sonrisa.
Viajaba en el
helicóptero de Eva pero eso no lo supe hasta llegar al hospital.
"El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor". M. De Unamuno |
Que corto es este relato para el tiempo que se toma la continuación, se muere Guaci y cualquiera...
ResponderEliminarNo necesita tener más palabras, para decir lo importante.
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