En la luna de Tejeda (Cap. 13)

Llegamos al hospital y aquello fue todo un caos. A Guaci la bajaron a toda prisa pero conmigo, no tuvieron tanta urgencia. Al entrar vi aquellos callejones blancos llenos de personas enfermas sentadas o tumbadas en camas en mitad de los pasillos. A Guaci se la llevaron a un box, o así lo llamaron, le sacaron sangre y le pusieron un gotero con suero, a mi me llevaban en silla de ruedas directa a rayos, una doctora muy joven de miró las heridas mientras estaba en el pasillo: “Lo tuyo no reviste de gravedad” dijo, así que sólo unas radiografías en el tobillo y suero con calmante y a esperar. No sé cuanto tiempo pasé sola con la pierna estirada pero empecé a quedarme dormida. Luchaba contra el sueño, sabía que quedarse dormida después de un traumatismo no es bueno, y aunque no me acordaba del porqué, intentaba por todos los medios no dormir. Hablaba con la gente, movía mi propia silla de ruedas para hablar con otras personas, me recorrí casi toda la zona de urgencias del hospital, las enfermeras me llamaban la atención, hubo una que me gritó echándome tal bronca que muchas personas que estaban por allí le replicaron pero es normal que estén de tan mal humor. No sabía que una enfermera pudiera trabajar 48 horas seguidas, aguantando turnos interminables y con tantos pacientes, y a algún que otro impaciente, solventando los problemas que la política crea y que los superiores originan creyendo que hacen bien.

Una hora y cuarto después me llevan a hacerme la radiografía. Me tumban en una camilla de acero y al terminar de hacerme la radiografía yo no sabía en donde estaba. Me desorienté, no sabía donde estaba. No hice preguntas, tampoco intenté levantarme, me hice un ovillo y me quedé mirando un punto fijo de la habitación. El enfermero se acerca a mi y me pregunta si estoy bien:

-¿Estás bien Clara? – El chico se acercó a mi y con mucho cuidado me vuelve a sentar en la silla de ruedas y me lleva a otra sala, donde me acuestan en una camilla y me atiende un doctor. Lo siguiente es despertarme en una sala repleta de luz.

Recuerdo que me desperté con mucha dificultad. No sabía en donde estaba, ni lo que me había pasado. No había nadie a mi alrededor y tampoco echaba de menos a nadie. Quise levantarme pero no podía moverme con soltura. No podía moverme bien, como acostumbraba y unos cables me dificultaban aún más mis movimientos. Esos cables monitorizaban la tensión arterial y mis pulsaciones. Me costó tres intentos el poder sentarme en la cama; ahí me di cuenta de que me habían operado del tobillo. Quise levantarme de la cama y al intentar hacer un movimiento con el cuello, la cabeza me dolió muchísimo. Quise gritar pero no pude, las lágrimas salían de mis ojos y se esparcían por toda mi cara. La impotencia me ganaba terreno y opté por tranquilizarme y esperar a que alguien viniera.

Al poco tiempo llegó una enfermera y se alegró al verme despierta, llamó al doctor y enseguida se dieron cuenta de que tenía una grave conmoción cerebral; falta de coordinación motora, afasia y, lo que sorprendieron a todos, amnesia:

-¿Cómo te llamas? – Me preguntaba el doctor mientras me miraba las pupilas con una linterna. Yo movía la cabeza de un lado a otro. No me sentía bien, pero tampoco mal, simplemente eso era lo que ocurría.
-¿Sabes contar? – Me observaban mientras respondo.Volví a mover la cabeza de arriba hacia abajo.
-¿No puedes hablar o es que no quieres? – Se alejaron de mí para observarme mejor y rompí a llorar. No podía hablar volví a sentir la impotencia y no pude hacer más que llorar tapándome la cara. La enfermera me intentaba tranquilizar pero no podía. Se compadeció de mi y estuvo un buen rato abrazándome pero yo reaccioné mal. La empujé con las pocas fuerzas que podría tener y rápidamente optaron por amarrarme a la cama y sedarme.

Estaba enfadada con todo y con todos. No sabía quién era, no sabía ni lo que sabía, no tenía la certeza de si tenía familia o si estaba sola en el mundo. Al despertarme, verme sola, sin recuerdos, sin saber porqué yo estaba allí me vino una sensación de angustia, de que alguien pudiera decirme y explicarme quien soy o por lo menos si quiero a alguien o si alguien me quiere.


Antes de que la sedación hiciera efecto me dijo el médico que tenía fractura desplazada de la tibia y peroné, además de contusión cerebral y algunas pocas “conejas” en la cabeza. No sabía cuanto tiempo iba a durar la incapacidad de hablar y la amnesia, me pidió paciencia y caí dormida en la cama.

"A veces, el silencio es la peor mentira" - M. de Unamuno

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