Llegamos
al hospital y aquello fue todo un caos. A Guaci la bajaron a toda prisa pero
conmigo, no tuvieron tanta urgencia. Al entrar vi aquellos callejones blancos llenos de personas enfermas sentadas o tumbadas en camas en
mitad de los pasillos. A Guaci se la llevaron a un box, o así lo llamaron, le
sacaron sangre y le pusieron un gotero con suero, a mi me llevaban en silla de
ruedas directa a rayos, una doctora muy joven de miró las heridas mientras
estaba en el pasillo: “Lo tuyo no reviste de gravedad” dijo, así que sólo unas
radiografías en el tobillo y suero con calmante y a esperar. No sé cuanto
tiempo pasé sola con la pierna estirada pero empecé a quedarme dormida. Luchaba
contra el sueño, sabía que quedarse dormida después de un traumatismo no es
bueno, y aunque no me acordaba del porqué, intentaba por todos los medios no
dormir. Hablaba con la gente, movía mi propia silla de ruedas para hablar con
otras personas, me recorrí casi toda la zona de urgencias del hospital, las
enfermeras me llamaban la atención, hubo una que me gritó echándome tal bronca
que muchas personas que estaban por allí le replicaron pero es normal que estén
de tan mal humor. No sabía que una enfermera pudiera trabajar 48 horas
seguidas, aguantando turnos interminables y con tantos pacientes, y a algún que
otro impaciente, solventando los problemas que la política crea y que los
superiores originan creyendo que hacen bien.
Una hora y
cuarto después me llevan a hacerme la radiografía. Me tumban en una camilla de
acero y al terminar de hacerme la radiografía yo no sabía en donde estaba. Me
desorienté, no sabía donde estaba. No hice preguntas, tampoco intenté
levantarme, me hice un ovillo y me quedé mirando un punto fijo de la
habitación. El enfermero se acerca a mi y me pregunta si estoy bien:
-¿Estás
bien Clara? – El chico se acercó a mi y con mucho cuidado me vuelve a sentar en
la silla de ruedas y me lleva a otra sala, donde me acuestan en una camilla y
me atiende un doctor. Lo siguiente es despertarme en una sala repleta de luz.
Recuerdo
que me desperté con mucha dificultad. No sabía en donde estaba, ni lo que me
había pasado. No había nadie a mi alrededor y tampoco echaba de menos a nadie. Quise
levantarme pero no podía moverme con soltura. No podía moverme bien, como
acostumbraba y unos cables me dificultaban aún más mis movimientos. Esos cables
monitorizaban la tensión arterial y mis pulsaciones. Me costó tres intentos el
poder sentarme en la cama; ahí me di cuenta de que me habían operado del
tobillo. Quise levantarme de la cama y al intentar hacer un movimiento con el
cuello, la cabeza me dolió muchísimo. Quise gritar pero no pude, las lágrimas
salían de mis ojos y se esparcían por toda mi cara. La impotencia me ganaba
terreno y opté por tranquilizarme y esperar a que alguien viniera.
Al poco
tiempo llegó una enfermera y se alegró al verme despierta, llamó al doctor y
enseguida se dieron cuenta de que tenía una grave conmoción cerebral; falta de
coordinación motora, afasia y, lo que sorprendieron a todos, amnesia:
-¿Cómo te
llamas? – Me preguntaba el doctor mientras me miraba las pupilas con una
linterna. Yo movía
la cabeza de un lado a otro. No me sentía bien, pero tampoco mal, simplemente
eso era lo que ocurría.
-¿Sabes
contar? – Me observaban mientras respondo.Volví a
mover la cabeza de arriba hacia abajo.
-¿No
puedes hablar o es que no quieres? – Se alejaron de mí para observarme mejor y
rompí a llorar. No podía hablar volví a sentir la impotencia y no pude hacer
más que llorar tapándome la cara. La enfermera me intentaba tranquilizar pero
no podía. Se compadeció de mi y estuvo un buen rato abrazándome pero yo
reaccioné mal. La empujé con las pocas fuerzas que podría tener y rápidamente optaron
por amarrarme a la cama y sedarme.
Estaba enfadada
con todo y con todos. No sabía quién era, no sabía ni lo que sabía, no tenía la
certeza de si tenía familia o si estaba sola en el mundo. Al despertarme, verme
sola, sin recuerdos, sin saber porqué yo estaba allí me vino una sensación de
angustia, de que alguien pudiera decirme y explicarme quien soy o por lo menos
si quiero a alguien o si alguien me quiere.
Antes de
que la sedación hiciera efecto me dijo el médico que tenía fractura desplazada
de la tibia y peroné, además de contusión cerebral y algunas pocas “conejas” en
la cabeza. No sabía cuanto tiempo iba a durar la incapacidad de hablar y la amnesia,
me pidió paciencia y caí dormida en la cama.
"A veces, el silencio es la peor mentira" - M. de Unamuno |
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