Cuando
desperté me volví a sentir sola, solamente quería hacerme un ovillo en la cama
y poder salir de allí por mi pie pero ¿A dónde?. Quise girarme y me di cuenta de que tenía los brazos
atados: ”Debieron atarme por represalias al empujón que le di a la enfermera”,
la pierna me dolía mucho y ya no tenía gotero con analgésico. Me sentí
impotente, rota. No sabía quien era, ni en donde estaba. No sabía que me había
pasado ni con quien estuve en ese momento. El estar sola, atada, dolorida y
angustiosa me mataba poco a poco, tenía miedo y a la vez rabia. Cada minuto
mirando para la puerta y esperando a que alguien entre me aplastaban contra el
colchón, el techo se movía y se acercaba a la vez que empezaba a descubrir
sonido nuevos en la habitación. Oía a los enfermos de otras habitaciones y
enfermeras pasando de un lado a otro del pasillo. Pude recordar el qué era un
hospital, re-aprendí que allí estaban las personas enfermas y yo tenía un
problema importante en mi tobillo. Mi mente se revolucionaba y me empezaban a
venir información a mi mente golpeándome la realidad y a todo esto le sumamos
el ruido que puede hacer un helicóptero que molestaba a la par de que me era
familiar. Un sonido repetitivo, cansino y angustioso, subía de volumen a la vez
que se acercaba, tanto como creer tenerlo al lado de la habitación. De repente
me vienen a la mente imágenes de unas laderas, una playa y un camino lleno de
piedras y un lagarto. Emociones mezcladas como: alegría, amor, preocupación y dolor.
Esa mezcolanza de sentimientos no me ayudaba a digerir mi soledad y deseaba
tanto que alguien entrara por esa puerta que un quejido se me escapó de mi
boca. Una enfermera me oyó y vino asustada por el sonido tan cargado de
emociones que hizo que se compadeciera de mi:
-¿Cómo
estás Clara? ¿Te duele mucho la pierna? – Me dijo una señora
-Me duele
más el verme atada y sola.- Miraba su reloj impaciente
-Te han
venido a visitar pero tú has estado durmiendo, pero creo que dentro de poco
podrás salir. Veo que al menos ya puedes hablar ¿Has recordado algo? – Sentí como
me quedaba sin aire, me sorprendía y a la vez quería saber más, mucho más.
- ¿Cómo?
¿Quién ha venido?
- Unas
chicas, creo que una de ellas te trajo en helicóptero. No sé quiénes son pero
creo que volverán. Una de ellas estaba muy afectada.
-¿Sabe
quién es? ¿No ha dejado datos de contacto?
- No hace
falta, ella también está ingresada en este hospital, creo que le darán el alta
hoy o mañana.
- ¿Cree
que puedo ir a verla? ¿Me podría ayudar a subir a una silla de ruedas y decirme
en donde es? – La enfermera parecía que me iba a decir algo así como “tienes
que descansar, tienes que reposar” pero nada de eso. Fue corriendo hacia afuera,
llamó al celador y en cuestión de minutos allí estaban la enfermera y el
celador ayudándome a subir a aquella silla de ruedas. “Nosotros te llevamos”
dijo la enfermera dejándose llevar por la aventura y la emoción que puede
sentir alguien que está acostumbrado a ver personas perder su vida estando
vivos o dejándolas atrás por miedo a ser desdichados como a ser plenos.
Íbamos a
paso ligero, metiéndonos por pasillos bastantes extensos y viajando en
ascensores enormes, donde el símbolo amarillo de radioactividad me asustaba un
poquito:
-¿A dónde
me estáis llevando? – Me dejaba llevar por la aventura de viajar por el
laberinto de ese hospital donde por fin hablo con gente y sé que alguien me
conoce. Deseando llegar a ella, a esa persona que sabe quien soy y de donde
vengo.
-Te
estamos llevando a la planta de hematología, ya verás y seguro que recordarás.
Mis
ilusiones se acrecentaban en cada puerta de seguridad y en cada esquina que
doblábamos a toda prisa con mi silla de ruedas que parecía un bólido de Fórmula
1 llegando a su meta. Llegando a una puerta (la 417 B) el celador tocó y
tímidamente entró:
-Perdón si
molesto pero aquí hay una muchachita que desea saber quien ha estado preocupada
por ella. -Fue entonces cuando el celador abre la puerta y la luz que entraba
por los ventanales de la habitación me cegaba pero pude distinguir una sombra.
Una mujer sentada en la cama llamándome. Su voz entrecortada por la emoción
parecía que me quería, era dulce y a la vez triste. Yo me fui acercando a su
cama moviendo las ruedas de mi silla, mi cara denotaba intriga y a medida que
me iba acercando a aquella cama se formaba una tímida sonrisa en mi rostro:
-¿Quién
eres?
-La
persona a la que le salvaste la vida.
-¿Yo te
salvé? – Ella sabía de mi amnesia. Sus lágrimas contrastaban con su sonrisa. -
¿Cómo te llamas?
- Me llamo
Guaci – Se fue sentando poco a poco en la cama mirando para mi – Me salvaste de
una muerte segura y nadie se explica cómo lo hiciste con un tobillo roto.
No
recordaba nada, no sabía quien era aquella mujer de sentimientos profundamente
buenos y cálidos. En todo momento me hizo sentir que me quería y, aún sin saber
quien soy, me sentí bien conmigo misma.
Estuvo conmigo bastante tiempo
contándome lo que nos había pasado. La verdad es que al principio de la
historia empecé a recordar, la recordé a ella y lo que sentimos estando juntas.
Fue una sensación maravillosa, el volver a enamorarte de nuevo de una persona
que en un principio es nueva pero poco a poco vas aprendiendo que estuvo
contigo casi toda la vida. Aunque yo solo haya vivido 4 maravillosos días con
ella después de recuperar la memoria, ella ha llenado todos mis días y por lo
tanto es perpetua en mi historia. Con el habla y la memoria casi sanas, me dan
el alta y me trasladan al único hogar que conozco, Artenara.
"Sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible" - M. de Unamuno |
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