En la luna de Tejeda (Cap. 14)

Cuando desperté me volví a sentir sola, solamente quería hacerme un ovillo en la cama y poder salir de allí por mi pie pero ¿A dónde?. Quise girarme  y me di cuenta de que tenía los brazos atados: ”Debieron atarme por represalias al empujón que le di a la enfermera”, la pierna me dolía mucho y ya no tenía gotero con analgésico. Me sentí impotente, rota. No sabía quien era, ni en donde estaba. No sabía que me había pasado ni con quien estuve en ese momento. El estar sola, atada, dolorida y angustiosa me mataba poco a poco, tenía miedo y a la vez rabia. Cada minuto mirando para la puerta y esperando a que alguien entre me aplastaban contra el colchón, el techo se movía y se acercaba a la vez que empezaba a descubrir sonido nuevos en la habitación. Oía a los enfermos de otras habitaciones y enfermeras pasando de un lado a otro del pasillo. Pude recordar el qué era un hospital, re-aprendí que allí estaban las personas enfermas y yo tenía un problema importante en mi tobillo. Mi mente se revolucionaba y me empezaban a venir información a mi mente golpeándome la realidad y a todo esto le sumamos el ruido que puede hacer un helicóptero que molestaba a la par de que me era familiar. Un sonido repetitivo, cansino y angustioso, subía de volumen a la vez que se acercaba, tanto como creer tenerlo al lado de la habitación. De repente me vienen a la mente imágenes de unas laderas, una playa y un camino lleno de piedras y un lagarto. Emociones mezcladas como: alegría, amor, preocupación y dolor. Esa mezcolanza de sentimientos no me ayudaba a digerir mi soledad y deseaba tanto que alguien entrara por esa puerta que un quejido se me escapó de mi boca. Una enfermera me oyó y vino asustada por el sonido tan cargado de emociones que hizo que se compadeciera de mi:

-¿Cómo estás Clara? ¿Te duele mucho la pierna? – Me dijo una señora

-Me duele más el verme atada y sola.- Miraba su reloj impaciente

-Te han venido a visitar pero tú has estado durmiendo, pero creo que dentro de poco podrás salir. Veo que al menos ya puedes hablar ¿Has recordado algo? – Sentí como me quedaba sin aire, me sorprendía y a la vez quería saber más, mucho más.

- ¿Cómo? ¿Quién ha venido?

- Unas chicas, creo que una de ellas te trajo en helicóptero. No sé quiénes son pero creo que volverán. Una de ellas estaba muy afectada.

-¿Sabe quién es? ¿No ha dejado datos de contacto?

- No hace falta, ella también está ingresada en este hospital, creo que le darán el alta hoy o mañana.

- ¿Cree que puedo ir a verla? ¿Me podría ayudar a subir a una silla de ruedas y decirme en donde es? – La enfermera parecía que me iba a decir algo así como “tienes que descansar, tienes que reposar” pero nada de eso. Fue corriendo hacia afuera, llamó al celador y en cuestión de minutos allí estaban la enfermera y el celador ayudándome a subir a aquella silla de ruedas. “Nosotros te llevamos” dijo la enfermera dejándose llevar por la aventura y la emoción que puede sentir alguien que está acostumbrado a ver personas perder su vida estando vivos o dejándolas atrás por miedo a ser desdichados como a ser plenos.

Íbamos a paso ligero, metiéndonos por pasillos bastantes extensos y viajando en ascensores enormes, donde el símbolo amarillo de radioactividad me asustaba un poquito:

-¿A dónde me estáis llevando? – Me dejaba llevar por la aventura de viajar por el laberinto de ese hospital donde por fin hablo con gente y sé que alguien me conoce. Deseando llegar a ella, a esa persona que sabe quien soy y de donde vengo.

-Te estamos llevando a la planta de hematología, ya verás y seguro que recordarás.

Mis ilusiones se acrecentaban en cada puerta de seguridad y en cada esquina que doblábamos a toda prisa con mi silla de ruedas que parecía un bólido de Fórmula 1 llegando a su meta. Llegando a una puerta (la 417 B) el celador tocó y tímidamente entró:

-Perdón si molesto pero aquí hay una muchachita que desea saber quien ha estado preocupada por ella. -Fue entonces cuando el celador abre la puerta y la luz que entraba por los ventanales de la habitación me cegaba pero pude distinguir una sombra. Una mujer sentada en la cama llamándome. Su voz entrecortada por la emoción parecía que me quería, era dulce y a la vez triste. Yo me fui acercando a su cama moviendo las ruedas de mi silla, mi cara denotaba intriga y a medida que me iba acercando a aquella cama se formaba una tímida sonrisa en mi rostro:

-¿Quién eres?

-La persona a la que le salvaste la vida.

-¿Yo te salvé? – Ella sabía de mi amnesia. Sus lágrimas contrastaban con su sonrisa. - ¿Cómo te llamas?

- Me llamo Guaci – Se fue sentando poco a poco en la cama mirando para mi – Me salvaste de una muerte segura y nadie se explica cómo lo hiciste con un tobillo roto.


No recordaba nada, no sabía quien era aquella mujer de sentimientos profundamente buenos y cálidos. En todo momento me hizo sentir que me quería y, aún sin saber quien soy, me sentí bien conmigo misma. 

Estuvo conmigo bastante tiempo contándome lo que nos había pasado. La verdad es que al principio de la historia empecé a recordar, la recordé a ella y lo que sentimos estando juntas. Fue una sensación maravillosa, el volver a enamorarte de nuevo de una persona que en un principio es nueva pero poco a poco vas aprendiendo que estuvo contigo casi toda la vida. Aunque yo solo haya vivido 4 maravillosos días con ella después de recuperar la memoria, ella ha llenado todos mis días y por lo tanto es perpetua en mi historia. Con el habla y la memoria casi sanas, me dan el alta y me trasladan al único hogar que conozco, Artenara. 

"Sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible" - M. de Unamuno
  

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