En la luna de Tejeda (Cap. 15)

Había una parte en mí que no lograba recordar. Guaci me decía que vine aquí de vacaciones desde Madrid pero no recordaba nada de eso. No sabía de dónde venía, ni quien era mi familia, amigos, mi casa en Madrid o con quien vivía. No recordaba mi vida antes de llegar a Artenara, sólo recordaba el mar, el sol cálido, las vistas desde los acantilados, el mirador de Unamuno y el Gran Cañón de las Canarias. Ese valle abrupto, marrón, con monumentos arqueológicos coronando sus cimas, con un pasado enriquecedor de batallas y un presente escaso en interés. Ese valle que caminaban de un municipio a otro en busca de agua, comida, médicos y nuevas vidas en la ciudad. En ese valle me perdí, al lado de Unamuno me apoyé en la barandilla y clavé mi mirada en el Roque Bentayga. La luz que incidía sobre él no me dejaba pensar y ver esa bella figura me hacía pensar: “si tenía familia muy tristes deben estar” pero mi móvil no tenía mensajes ni llamadas perdidas; “¿Que clase de persona soy yo que nadie me quiere y a nadie le importo ya? Sólo a esta pobre mujer que quizás la engañé para que me quisiera”. Eso pensaba antes de acordarme de quela persona más importante en mi vida es Guaci:

-¿Qué haces aquí? ¿Le haces compañía a Miguelín? – Apareció Guaci cogiéndome del brazo y mirando a lo lejos como yo. Con una sonrisa radiante, con pantalones vaqueros, camiseta negra de manga hueca y botas negras, gafas de sol y pelo suelto.

Nos miramos  y sonreímos. No contesté a su pregunta. Me había quedado con ella en su casa esos días pero no conseguía sentirme del todo bien; ella fue y es magnífica, siempre comprendiendo y entendiendo. Sus muestras de cariño fueron contadas y sé que se sentía muy reprimida; pero allí estábamos las dos, viendo como el sol se va, con nuestras manos agarradas, calladas, yo notaba como ella me miraba y deseaba decirme algo que nunca supe. Así que yo quise soltar una frase bonita, algo lindo que regalarle a ella. Algo que, si en algún momento nos perdíamos, pudiera recordarme. La miré a esos ojos brillantes y quise decirle algo sin sentido titubeé, nos reímos, me dio un poco de vergüenza y Guaci preguntó - ¿Dónde está la luna esta noche? Se ha escondido de nosotras.

-No puede ser, seguro que está por algún lado – Nos pusimos a buscar en todo el cielo, girando sobre nosotras mismas, Guaci se alongó en mi escote y buscó la luna ahí. Reíamos, nos abrazábamos y nos tranquilizaba tanto el estar juntas que todo lo demás me daba igual, la persona que quería y quiero estaba en ese momento buscando la luna en mi pecho, ni la menos loca tendría el ingenio, ni sería tan genuina cómo para hacerme entender en un gesto que he de tenerla siempre conmigo. Entonces reaccioné:

-Estamos en la luna.

-¿Así que estamos en la luna porque estamos en ella?

- Eso es, estamos en la luna de Tejeda.

- Clara te recuerdo que vivimos en Artenara.

- Ya pero te recuerdo que la buscábamos por encima del Bentayga y del Nublo y te recuerdo que aquella zona de allí es Tejeda ¿No? – Recuerdo que dudé, en ese momento supe que no sabía cómo se llamaba el o los municipios que teníamos en frente pero acerté y ella se sorprendió.

- Así que estamos en la luna que debería de estar coronando Tejeda.

- No, no. Estamos en la luna de Tejeda o por lo menos yo ahora mismo estoy en la luna contigo. – Nos miramos fijamente a los ojos y nuestras vidas se unieron en un para siempre, ya que ese momento lo recordaremos los dos el resto de nuestras vidas. Creo que el alzheimer podrá con ello, ni siquiera futuras amantes o parejas. Ese siempre será el momento mágico de nuestras vidas.

                                                        A la mañana siguiente Guaci se levantó temprano e hizo unas llamadas a Madrid. Estuvo varias horas al teléfono, mientras tanto yo me hacía la dormida. Estaba averiguando cosas de mí, de mi familia, de mi trabajo, de mis amigos, de mi “pareja”, quiso saberlo todo para luego contármelo. Cuando ya empecé a pensar que algo extraño podría estar pasando me levanté de la cama y fui hacia ella. Cómo una gata me acerqué por detrás y posé mis manos en sus hombros, suaves, cálidos pero inesperados:

-¡Que susto muchacha! – Se llevó la mano al pecho mientras se daba la vuelta. Vio que reía y decidió verme más de cerca. Se sentó de lado en la silla y me dijo – Siéntate aquí, conmigo – dando pequeños golpes en sus muslos desnudos. Yo accedí a sentarme, rodeé su cabeza con mis brazos y besé su boca cálida y tierna. Sus manos rodeaban mi cintura y poco a poco se adueñaban de mi cuerpo.

-¿Tienes algo que contarme? – Le dije sin vacilar e intentando no cortar el ambiente que habíamos creado pero ella cambió de registro y  no pudo mentirme.

- Tengo muchas cosas que contarte. Unas buenas, otras no tanto pero tienes que decidir si quieres que te lo cuente ahora o más tarde. - Mi mente dio un giro fuerte y decidí sentarme en la silla que estaba a su lado. Ella entendió que quería saberlo ya y empezó por el tema familiar:

-Nos preguntamos ambas cuál es la razón por la que tu familia no se ha preocupado por ti y la razón es que no tienes hermanos, ni padres. Eras hija única y tus padres fallecieron en un accidente de tráfico y nadie te reclamó, Creciste en una casa de acogida hasta los cuatro años y luego pasaste de familia en familia, hasta que a los trece te metieron en un centro. Me han dicho que entablaste una amistad muy fuerte con Jorge y Raquel. Creo que ese Jorge es tu novio y esa Raquel es tu mejor amiga. – Mientras Guaci me decía todo eso yo me sumía en un mundo de recuerdos donde todo me golpeaba, empezaba a recordar a Raquel, todas esas noches sin dormir, bebiendo, estudiando, comprando ropa, haciendo travesuras a las cuidadoras y recordé, cuando cumplí los dieciocho años, como el estado nos ofrece una miseria mensual a cambio de estudiar, prácticamente nos dan una patada. Recordé como me sentía con Jorge y recordé que me dejó por Raquel y sonreí.

-Sé que no es fácil pero tenemos que ir a Madrid a arreglar algunas cosas. Me imagino que Jorge y Raquel querrán saber de ti.

- No hay nada que arreglar terminé el master y no se me ha perdido nada en Madrid y a parte de ver la ciudad más bonita del mundo, no sé que haría yo allí -  Reí con socarronería mientras veía esa dulce luz que me alumbraba con la sonrisa más linda que he visto en mi vida.

-Has vuelto más chula que nunca – se muerde el labio inferior, nos miramos y me guiña un ojo y acto seguido el otro – Me gusta que seas así de chula, muestras esa ternura que no quieres enseñar.

-Muestro la ternura que tu me haces sacar.

Nos enredamos en un beso, en caricias y en una magia lunar, o lunática, que después de algunos años seguimos disfrutando. De vez en cuando Guaci tiene que volver al hospital para revisar su médula y yo cada invierno me quejo del frio, de la humedad y de la estupenda publicidad que le hacen en península a las Canarias. Que frío hace pero muy diferente.

Después de nuestra aventura intentamos ir cada año en las mismas fechas a Güigüi para conmemorar eso de renacer, y demás pijadas que en mi caso es bastante certero y en el de ella también.

Por último decir que el mejor sitio del mundo es Artenara aunque su luna sea la de Tejeda. No es tan difícil de entender pero a veces Guaci me sigue preguntando


“¿Por qué la luna no es de Artenara?”

FIN

"La locura, la verdadera locura, nos está haciendo mucha falta, a ver si nos cura de esta peste del sentido común que nos tiene a cada uno ahogado el propio"  - Miguel de Unamuno

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