Nuestro sueño 2

 La mañana siguiente tuvimos que hacer lo de siempre pero no como siempre. Me levanté nada más escuchar el despertador, nos dimos la bienvenida con un insípido "Buenos días" y el café me supo a rayos. No le di un beso, tampoco me miró, no vi que quisiera recibir mi mirada, mi beso, mi caricia. Estaba cabizbaja, parecía que no quería que le viera la cara. Me sentí excluída de mi propia vida, aunque solo me estaba excluyendo de la suya. No quería ni rozarme en el cuarto de baño. No me hablaba. No me miraba. No quería ningún tipo de comunicación. Yo me empecé a sentir impotente pero no abrí la boca, ni para desayunar. Me vestí antes que ella y en el baño, ya que no quería tampoco que la viera, ni verme desvestida, cogí mi bolso, las llaves de casa, la bicicleta carísima que casi nunca usamos y me fui sola al trabajo. La dejé sola. Pensé que eso era lo que necesitaba, lo que quería. Pensaba que el punto negro del folio blanco era yo y que me tenía que quitar del medio para que todo volviera a ser como antes, que pudiera volver a tener armonía, amor, paz, caricias y todo aquello que yo pensaba que estaba bien.

Me fui a trabajar, pedaleando, sudando, creando endorfinas, intentando no pensar en nada de lo que acababa de suceder en mi casa e intentando no imaginarme lo que probablemente sucedería en los días posteriores. Crucé calles urbanas, interurbanas, puentes, algún túnel, llegué a un barranco a unos 10 minutos del trabajo y grité hasta que me empezó a doler la garganta. Lloré, grité, insulté, me desahogué, me sequé como pude las lágrimas y comencé a andar a mi puesto de trabajo. No había desayunado, así que me paré en la cafetería que está justo en frente del ayuntamiento. Al pagar por el bocadillo y zumo que me comería en mi descanso, sentí un dolor en el pecho. Era como si mi espalda estuviera mal. encogí los hombros, los moví en forma circular, encadené mi bici al aparcamiento y subí a mi puesto de trabajo donde me esperaban unas 3 montañas de papeles, 40 cm de alto. No estoy segura de que el dolor del pecho me volviera en ese momento.

Al cabo de las 3 horas, sobre las 11:20 de la mañana, miré mi móvil y no vi ni un mísero mensaje, solo la foto de fondo de pantalla de dos tías que se amaban y en ese mismo momento no sabía que carajo pasaba. Solté un suspiro tan profundo que me alivió el pecho. Decidí en ese momento tomar mi desayuno. Un zumo de mango y un bocadillo de tortilla española con queso. Rodé mi silla a la ventana, quería ver la ciudad pero me topé con unos largos 6 meses que nadie limpia los cristales del edificio por lo tanto veía la ciudad tras una capa de mierda urbana, hollín, calima, cagadas de palomas y vete a saber que más. Intento desayunar sin hacerle caso a esa capa de mierda, al menos se intuyen los coches, se ve algo azul que creo que es el cielo, algunas casitas de alrededor. Poco a poco como ese bocadillo seco de tortilla, no le han echado ni aceite al huevo, para ahorrar imagino, creo que hay algunos empresarios que no cree que el producto final lo paga el cliente, manada de rácanos. Llevo 3 horas currando y 15 minutos de descanso, he conseguido hacer la mitad del trabajo que me esperaba y ya me han vuelto a poner otra columna de papeles con sus manuscritos, fechas, firmas, juramentos, mierda tras mierda, papeles que no llegarán a nada porque la mitad de los trámites del ayuntamiento que se hacen por esta vía quedan en agua de borrajas y el 100% de papeles en la basura, triturados o traspapelados. 

No quiero pensar en lo que hay en casa y me imagino que mi zumo no es de mango, me digo a mi misma que es de otro sabor, que es zumo 100% pulpa de melocotón. No me acuerdo a como sabe ese zumo pero juraría que es igual. Tantos estudios sobre lo poderosa que es la mente humana ¿Cómo podré yo engañarla? 

Pues sí, así era yo y así me comporté esa mañana. No fui capaz de hablar, no fui capaz de hacerme entender, de comunicarme. Envolví mi mente de un millón de absurdeces para no pensar, creía que iba a volver a casa y todo iba a estar bien pero no sabía nada. Ni un mensaje, ni una llamada, yo tampoco mandé mensaje , ni la llamé. No quise hablar con nadie, fui un fantasma ese día. Pasaron 8 horas entreteniendo mi mente en absurdeces y trabajo, en absurdeces públicas y otras privadas pero todas oficiales. Puras absurdeces. 

Al salir del ayuntamiento volví a mirar el móvil. No por si sabía algo de ella, de mi pareja (mi amiga, mi amor, mi deseo, mi mujer) sino por la idea de ir a casa en coche. No había ni un mensaje, ni una llamada, sólo nuestras caras felices, sonrientes, me inundó la nostalgia, la pena, el dolor, la rabia. La llamé y resulta que tenía el móvil apagado. Volví a llamarla y me volvió a salir la maquinita que te dice: "El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura". La llamaré de nuevo, ella nunca apaga el móvil (y siempre lo está cargando) así hasta 5 veces y desistí. Me dije a mí misma que si al llegar a casa ella no estuviera allí, iba a necesitar vacaciones, una baja o algo. Fui pedaleando lo más fuerte que pude a casa, tuve que pasar por una rotonda, un túnel, un puente, carretera interurbana y carretera urbana. En el puente los vehículos del carril de sentido contrario se estaban parando y yo no me pregunté pero la cola llegaba casi a la entrada de mi zona. Cual fue mi sorpresa que al llegar a casa ella no estaba. Al darme cuenta de que mi vida y todo lo que creía mi vida se desmoronaba volvió el dolor en el pecho y un peso horroroso se posó en mi cara. Hacía tiempo que no se me alargaba tanto la cara y decidí dar un paseo a mis dos grandes amores peludos. Corrimos, saltamos, caminamos, descubrimos nuevas zonas juntos y al cabo de dos horas volvimos a casa. En mi móvil no ha entrado ni una llamada, ni un mensaje, nada que me haga sentir amada, añorada, deseada, nada.

Al volver a casa veo el coche, entro y veo a mi mujer con el teléfono en la oreja:

- ¿A quién llamas? - Le espeto cansada, enfadada, desconfiada, cabreada. Los perros fueron a saludarla pero yo fui a por ella desde que la vi.

- Te estaba llamando a ti. Llevo toda la mañana y parte de la tarde intentando hablar contigo y no puedo. Dice que tienes el móvil apagado o fuera de cobertura.

- ¿Venga ya? He intentado llamarte 4 veces y me dice a mi que tú lo tienes apagado. No me vaciles.

- No te vacilo. Vamos a reiniciar los móviles y acto seguido seguiremos con la conversación de anoche. No me gustó nada como se quedaron las cosas.

- Muy bien ya apago el móvil. Cuéntame lo que no me dijiste anoche.

- Yo anoche te lo dije todo, todo lo que sentía, lo que pensaba. Quiero saber que piensas y sientes tú.- mirándola fijamente, con la mente inmadura, con las pocas herramientas sociales que me quedaron intactas en ese momento, tenía que decirle a mi mujer que me estaba desmoronando de miedo al perderla, que me sentía morir al pensar que no podré tocarla, acariciarla, besarla, olerla, sentirla, calmarla, excitarla, calentarla, enfriarla y me dolió el pecho tan fuerte que me faltó aire. No quise preocuparla así que me llevé la mano a la barriga, así pensará que de los nervios me duele el vientre y no el pecho.

- Tengo miedo de perderte y contigo mi vida. Soy muy feliz contigo, con mi trabajo. Hemos concordado en todo; me levanto, te veo y solo pienso en jubilarme a tu lado para no tener que salir corriendo de la cama. Tenemos aún nuestro sueño por cumplir, tenemos metas aún. Tenemos un proyecto juntas, hemos conseguido mucho... - Se cruzaba de brazos, movía su cabeza de un lado a otro - ¿Has cambiado de sueño? 

-Sí

- ¿Por qué no me lo has dicho antes?

- ¿Cómo quieres que te diga que ya no te amo? Si aun te quiero y me duele tu dolor - Me gritaba, intentaba huir de esa situación pero eso significaba huir de mi vida. 

- Vete, vete de mi casa.

- ¿Cuándo?

- ¡Ya! y llévate a los perros, tus cosas, tu ropa, todo lo que puedas. Si en una semana tus espacios no están limpios de ti lo tiraré todo a la basura.

Salió despavorida hacia el cuarto, cogió su ropa, la metió en dos maletas enormes, las subió al coche, fue al salón, llenó dos cajas de libros, las llevó al coche, volvió a entrar cogió las camas de los perros, sus correas, dio dos silbos y se marcharon. Creía que me iba a sentir mejor, creía que me volvería a sentir reina de mi casa pero antes de irse ya los echaba de menos. Antes de perderlos de vista ya me estaba arrepintiendo de haberlos echado de casa, de nuestra casa.


Cuando ella se fue volvió la soledad a burlarse de mi y en mi cara.

Comentarios

Publicar un comentario

¿Que piensas? ¿lo puedes compartir?